Nostalgia de Radio Futura

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La cara jocosa de las elecciones europeas

 

8 de junio de 2014

 

Imaginen la dureza de la vida medieval. Un mundo tenebroso al borde del infierno, acojonado por los bandidos, las supersticiones y el derecho de pernada. Pavor y tinieblas. Del Rey oías hablar –casi siempre para mal-, pero lo normal era irse al hoyo sin haberlo visto en carne mortal. No había fútbol para mitigar la galbana del domingo por la tarde. Descartadas asimismo las visitas furtivas al frigorífico y la intervención urgente del dietista por el inminente acoso del bikini.

Intenten figurarse aquél universo sin música. A lo sumo, una escolanía por Navidad o, con suerte, el órgano de la iglesia. En saliendo de misa, el estruendoso silencio de los camposantos. Nada de bandas sonoras, ni radiofórmulas machaconas, ni siquiera la canción del verano. Tampoco los gorgoritos estomagantes de los rubitos que anduvieron por Venezuela y cenaron en Marbella, ni el racial desgarro de Rocío como una ola.

Temprano marchabas a destripar terrones y en el crepúsculo, como las gallinas, sin orquesta ni leches, ¡a la piltra! Lo que los contemporáneos somos y sentimos, sin embargo, está contenido en música y canciones. La Marsellesa sigue poniendo firmes y el Canon de Pachelbel, con su apabullante simplicidad, continúa arrancando lagrimillas. Mediante la tristísima The river, Springsteen te hace maldecir las tradiciones que jamás debieron convertirse en tales. El violín lacerante de Itzhak Perlman en La lista de Schindler vale por diez libros sobre el judaísmo reprimido. Suena Mozart y se te alberga en los sesos una retahíla de ideas que van de la ingratitud a la planicie africana. Canta/escupe Antonio Vega su poesía telúrica y te duelen sus venas quemadas de infortunio.

Con cualquier musiquilla, acaso intrascendente o tontorrona, todo adquiere otra luz e incluso algún sentido. Qué son unas majorettes o los legionarios sin sus timbales, qué un funeral de Estado sin su réquiem, qué una cantada de Casillas sin el himno rozagante de Haydn. Te explicas mejor con música, de hecho has engordado y te has encanecido con canciones, incluso sin entender ni papa de las letras.

¡Los felices 80! Vivías en Madrid –o te llegaba de lejos la movida madrileña- y tenías una porrada de años menos y el aire olía a manzanas caramelizadas y Radio Futura sonaba divertida, iconoclasta. Y te declarabas enamorado de la moda juvenil, con la esperanza de que España tuviera remedio. Hoy, por capricho de esa casquivana llamada actualidad política, las crónicas de las elecciones europeas te devuelven a los brazos de Radio Futura. Y quizá adquieren mayor profundidad sus metáforas urbano-festivas.

¡Hace falta valor, hace falta valor, ven a la escuela de calor! Eso me inspiran los del PP, que riñen a la gente por haber votado a los demás, sin reparar en el detalluco de que ellos, gobernando solitos, solitos han perdido 2.600.000 votos –se dice pronto-. Se han ganado a pulso el descrédito y la desconfianza (y hasta el desprecio), pero aún están en campaña, dando la consabida tabarra mentirosa y falaz, a medio camino entre la herencia recibida y el morro que se lo pisan.

Soy mecánico en el Jardín Botánico. Justo donde han mandado a Rubalcaba, a engrasar las adelfas. A observar fijamente la lenta digestión de los peces en el agua. Los girasoles necesitaban al estadista para orientarse, el azafrán no prosperaba sin los manejos del Rasputín socialdemócrata, pero ya lo tenemos allí, sacando brillo a las hojas de los magnolios y vigilando que no se cimbreen en exceso los tallos de las amapolas. (Aunque mucho ojito, porque con él nunca se sabe.)

Dicen que tienes veneno en la piel, y es que estás hecha de plástico fino. Eso hay que cantarle a la férrea Ángela Merkel. Con su dura adolescencia en la antigua RDA, con su doctorado en Físicas, con una tesis de larguísimo título donde aparece la palabra “cuántico”, con su flequillo entre conservador y domingo-picnic, agarra la tía y exclama que la Unión Europea “no es una unión social”. ¿Pues qué coño es, meine Muttie Merkel? Somos las personas quienes nos levantamos para ir a currar. Las personas compramos microondas para calentar el café y ahorramos para cambiar de coche, incluso de marca alemana. Personas son las que echan la papela en las urnas, personas las que crean empresas, las que escriben y venden libros, o los roban por Internet. Son personas los que se dicen europeos y conforman la economía europea, propagan los ideales europeos y pagan los impuestos europeos. Personas, no corporaciones, son las que se unen o se mandan a tomar por retambufa.

Los peperos, con su consorte-Cospedal evanescente y su Bárcenas plañidero. El Rubalcaba, que aspiraba a durar más que los leones de las Cortes y algún que otro jarrón chino. La locomotora berlinesa, encabezando un consejo ejecutivo de holdings y fantasmas. Si les vuelvo a ver pintar un corazón de tiza en la pared, les voy a dar una paliza por haber escrito mi nombre dentro.

 

4 comentarios en “Nostalgia de Radio Futura

  1. Al ritmo del «Arde la calle al son de poniente, hay, tribus ocultas cerca del río…» bailaba yo en los chiringuitos de Caños de Meca en las noches de agosto, cuando visitaba a mi amiga gaditana Maricruz y los Caños eran un paraíso desconocido, coto privado de las cuatro familias pudientes de Vejer (la de los Morillo era una de ellas, con dos farmacias, y el padre, primer alcalde de la democracia en el pueblo, con UCD, fíjate, y que además fue diputado y estaba en las Cortes cuando llegaron Tejero y cía). Allí estaba yo con un vestido de flores que me había comprado en Inglaterra, de donde volvía de trabajar de au pair, y me tiraban los tejos algunos primos de Maricruz, pero el que me molaba no me hacía caso, porque estaba enamorao tooo de una niña del lugar, con la que al fin se casaría años después. Nena, se llamaba, más sosa que sosa, pero le cazó en toda regla a Luis Fernando.

    Es que Radio Futura me cantó años muy felices. Hombres G también, pero esa es ya otra historia (toda llena de snoopies, por cierto).

    Un abrazo, qué ratos tan buenos me hace usted de pasar joven

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  2. Hay quien afirma que la nostalgia es un sentimiento más bien negativo, que hay que «atarse los machos y mirar hacia delante». No sé yo. Visitas una residencia de ancianos -cosa jodida, pero jodida de verdad- y te percatas de que la memoria es algo tan, tan valioso… Y sientes que memoria es nostalgia, o nostalgia es memoria, porque con esto de los sinónimos emergen, como mínimo, 2 opiniones.

    Casi puedo atreverme a imaginar tu vestido de flores. Automáticamente se suscita la duda de qué llevaba puesto la Nena. Seguramente carecía del prestigio country de «lo inglés», pero algún resorte racial tocaría. Digo yo.

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  3. Querido Jose Manuel,

    Impecable!!!, gracias por el buen momento….

    y utilizando tu frase: «Te explicas mejor con música, de hecho te has hecho mayor con canciones, incluso sin entender ni papa de las letras»

    va inserto mas abajo un ejemplo,

    un abrazo y nuevamente gracias………..

    Claudio

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  4. No se me ocurre nada más evocador que la música, esa facultad tan exclusiva y profundamente humana. Nada más evocador que esa canción que te devuelve al momento exacto donde todo empezó a irse al carajo y, por un instante, resucita la esperanza de tomar un camino alternativo.

    Duele, ¡qué coño!, pero al mismo tiempo te hace sentirte vivo. Vivo y hombre.

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