Malditos roedores

11-600x319Martes, 5 de agosto de 2014

El campo es un espacio notablemente civilizado, gracias a siglos de ganadería y siega. Sin ellas, aunque algún agorero atribuye el efecto invernadero a la boñiga, todo se convierte en bosque amorfo e inframundo de escajos rabiosos, más proclives a despellejarte que a darte de comer. Lo placentero está en el jardín, pero hay que trabajárselo.

Merodea por mis abelias un lagarto de inverosímil color verdeazul. Una brigada de abejorros anda expoliando las flores, nada que ver con la gracilidad de la esfinge colibrí, que las liba sin dejar de volar, suspendida en el aire como un helicóptero con trompa. A dos pasos, una mantis religiosa gira el pescuezo con mecánica precisión, calibrando sus posibilidades de echarme un tiento mortífero. En la campiña, por muy domesticada que parezca, se libra una guerra despiadada y cruel, en la que el ser humano parte la pana, porque no hay depredador con narices. El lobo, el jabalí, bastante tienen con lo suyo, en la remota espesura, eludiendo fusileros federados. Velocista se hará la víbora para huir de nuestra bota y aguardará el carroñero, paciente, a que hayamos muerto para sorbernos las mollejas. Salvo el que increpa a un toro, malcreyendo que es lento y modorro, o el que acaricia a un tigre, por un exceso de cine mal digerido, no tenemos caídos en combate.

Desayuno unas carrilleras mientras los topos socavan mi cocina. Quieren que me precipite a su madriguera, como una Alicia de más que mediana edad, pero me protege el hormigón, que a ellos les jode los dientes y a mí me dispensa del Sombrerero Loco. Figúrenselos ahí abajo, cegatos, incansables, royendo pedruscos y raíces, mientras yo me trisco el chicho. Los aguaceros del invierno, que a mí apenas me causaron una leve depresión, a ellos les infligieron la mundial: una terrible mortandad, como si hubieran caído en manos de torturadores expertos en anegar pulmones. Enseguida me calzo una escafandra y arranco la desbrozadora y empiezo a segar sin compasión.

Soy el apocalipsis. Soy un coronel Kurtz que chisporrotea, atravesando el corazón de las tinibelas, mientras decapita enánagos. Un espantoso samurai que esparce filetes de babosas, pulverizadas a centenares por una muerte insensata. El impredecible cataclismo bípedo que arrasa el mundo con un vasito de gasolina y un huracán de nylon. ¡Ah, infames ejércitos de arañas! ¿Por ventura os creías a salvo, en vuestro frágil parapeto de ortigas y ajoporros? Con voluntad y tecnología, convierto un jugoso herbazal en una estepa fantasmagórica y el milano vuela contento, porque hay víctimas a la vista. Entonces requiere mis atenciones una zarza, gorda como una soprano, que me devora medio metro de hilo y ahí sigue, con su estúpida sonrisa clorofílica. Espera un poco, le digo, ahora vuelvo con la azada y veremos hasta dónde te llega el cepellón. “¡Hasta el centro de la Tierra!”, chilla el acusica del liquidámbar, mientras el tejo, con gesto adusto, le conmina a meterse en sus asuntos.

Lo mismo, exactamente lo mismo, ocurre en el Próximo Oriente.

Un puñado de sionistas, espoleados porque Dios -ahí es nada- les asignó una tierra de promisión, suya y de nadie más, arrancó de los británicos la vergonzante concesión de una lengua de desierto. Y la transformaron en un oasis, donde abrevan todas las criaturas, siempre que no sean árabes. Y los árabes abrigan la idea obcecada de aniquilar a los judíos, pero fracasaron en varias acometidas, significadamente los Seis Días (1967) y el Yom Kipur (1973), cuando se creían más fuertes y resultó que era mentira. Y los palestinos languidecen, en un país cuya constitución les margina y en las mierdas ocupadas de Cisjordania y Gaza, asfixiados por la demografía desbordante del enemigo. Y lanzan misiles contra barrios hebreos, en la estúpida creencia de que su ejército no sacará la porra. Y los progres bienintencionados, que ni viven en aquel ardiente culo del mundo, ni respiran el gas venenoso del odio, lloriquean para que la ONU reparta piruletas.

Israel es un inmenso gueto, construido insensatamente sobre el odio, pero también rodeado de odio telúrico y descarnadamente irracional. Y los hebreos se expanden fumigando palestinos, contra árabes que fumigan judíos. Se fumigan ambos como plagas repulsivas, ajenas a todo estatuto de humanidad, igual que yo hago trizas a las babosas cuando siego la maleza que se comería mi casa. Sucede que Israel es un estado fortísimo, por voluntad inquebrantable y por solvencia militar (que no es sino la expresión local de la fuerza económica y tecnológica de todo Occidente), y coincide que los palestinos, en aquella frontera de arenas incandescentes, son una patulea ingobernable.

Seguramente los judíos han erigido una teocracia, confundiendo fanáticamente religión con ciudadanía, pero convocan elecciones a las que concurren partidos políticos diversos y en las que votan hombres y mujeres por igual. ¿Sucedería lo mismo en una Palestina configurada como las demás teocracias musulmanas? Imaginemos al judío, que se siente miembro de un sistema democrático, que por cojones ha radicado su casa en medio de la nada, y allí sufraga la excelente universidad de sus hijos… Imaginémoslo mirando hacia Levante, por donde pulula la horda desarrapada que desea empujarlo al mar (o hundirle la cocina) al chillido ritual de “Alá es grande”…

Véase usted como un hipotético comandante Yehudin, a la sazón jefe del batallón en Gaza. Véase recibiendo la llamada del gobernador, que viene del entierro de una familia judía, a causa del pepino reventón lanzado por una jauría de salafistas. Véase usted arrancando la desbrozadora, no la mía, que ya es decir, sino la que le han confiado miles de judíos (de todo el mundo, civilizado o incivilizado, según se mire). Véase poniendo aquello a plano, mientras ingenuos mingafrías desayunan por la paz en Bruselas, y cuénteme si luego le pesará en el pecho más la condecoración o el alma de los palestinos despanzurrados. Véase usted, comandante Yehudin, en la tesitura de que una soldadesca ucraniana, atiborrada de vodka, derriba un avión comercial con 200 pasajeros, que por casualidad no fueran holandeses, sino judíos. Algo me dice que usted, comandante Yehudin, pertenece a una nación orgullosa de serlo, y no es que le envidie, no, más bien me inspira lástima, pero no atisbo otra solución. Domina el odio sobre la inteligencia, opaco él a los rayos del raciocinio, ocupada ella en fabricar desbrozadoras contra roedores con forma humana.

5 comentarios en “Malditos roedores

    • El primer «comentario» parece decir que no merezco mi título profesional de médico. Se diría que Val no me ve suficientemente compasivo… En fin: doy por hecho que cuando acuda a un galeno, le preguntará primero por sus opiniones sobre el franquismo, la extracción de hidrocarburos por fracking, el precio de los fármacos antisida, etc. Doy por hecho que solo se fiará de aquellos médicos que compartan sus muy sólidas opiniones, que deben de ser muy sólidas, porque ni se molesta en escribirlas.

      En cuanto a las «inepcias», francamente no las deduzco de su videoclip. De las muchas fuentes que se pueden consultar sobre el que tal vez sea el PRIMER problema de política internacional, ha elegido una de fuerte inspiración proisraelí, cuyo carácter didáctico sufre desde el mismo arranque, cuando habla de un Estado judío y de UN Estado árabe. Así cualquiera es didáctico… Lástima que se pierdan detallitos como las matanzas de palestinos a manos del difunto Hussein (Jordania), o las diferencias sociológicas y estratégicas entre Egipto y Siria, o los reiterados incumplimientos por parte de Israel de varias resoluciones de la (inoperante) ONU.

      Me parece que el señor Val no entiende mi posición fundamental: me niego a tomar partido. No veo en los contendientes grandes virtudes a las que aferrarme, hasta el extremo de suscribir sus mutuas atrocidades. Uno de ellos es más fuerte y lo demuestra. Muy bien: cosa parecida sucedía con los británicos en la India, con el VII de Caballeria en Oklahoma, con los belgas en el Congo, con los afrikaaners en Johannesburgo, con los serbios y los croatas en Bosnia, etc. Tuvo que llegar alguien que lo viera con algo más de cordura y ese alguien no ha llegado a las orillas del Jordán.

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  1. En esta ocasión y sobrepasada la introducción, la tesis judeo-palestina da para otra tesis, pero en papel demasiado larga. Creo que el artículo está pidiendo debate, y los debates a veces pueden resultar interminables, a más de improductivos muchas veces. No hay sino fijarse en los de Rajoy-Mas… Sin embargo, en síntesis -y por encima de la desorganización patuleica de los muslimes-, me ca.. en los judíos. En los de más acá del holocausto. Y es que parece que no hubiesen aprendido lo que es caer en manos de los de alta tecnología y ejército eficaz. Parecen de las SS, pero con barba y muro de las lamentaciones, aunque a estas alturas son los otros quienes tienen más de qué llorar.

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  2. Si al decir «judío» nos ceñimos a los hasídicos más recalcitrantes, incurrimos en un tropo conocido por sinécdoque: tomar la parte por el todo. Por el mismo juego literario, podríamos decir «yihadista» para aludir a todo muslime.

    Yo, que soy ateo, en estos asuntos prefiero ser más cauto, precisamente porque el ateo sabe perfectamente que las religiones las carga el diablo. Empiezan bien, con su paraíso y tal, pero acaban diciéndote como tienes que hacerte el nudo de la corbata. De modo que estoy plenamente de acuerdo con Roosevelt, cuando decía que las dos principales libertades (valga decir rastros de civilización) son la libertad de opinión y la de culto.

    Me parece a mí que el estado de Israel nace con un grueso error constitucional: el de confundir ciudadanía con judaísmo, cosa grave, sobre todo si «judaísmo» (religión) implica etnocentrismo y sionismo (política non sancta). Así se hace artificiosa la distinción entre «israelí» e «israelita», que a mi entender es una distinción crucial y no puede desdibujarse impunemente. De hecho, creo que ahí estriba el intríngulis de la cosa. (Al final, un problema de lenguaje, siempre el lenguaje…)

    Y la cosa está en el clímax del vómito, el horror y la indignación. La cosa está en el escalofrío paleolítico de que Gaza se haya convertido en un desierto de cenizas, mitad de techumbres, mitad de personas. La estupefacción de que los palestinos calibran mal a su formidable enemigo y los hebreos no calibran el espantoso enemigo que tienen albergado en el cerebro. Ahora bien, me niego a tomar partido, porque embos, en su obcecación subhumana, han dado sobradas muestras de que no saben desprenderse de sus extremismos subhumanos.

    Pero ¡ojo!, mientras llega una solución, que desde luego no se atisba con los culos asentados en los comités de seguridad al uso, uno, en sus ratos libres, tiende a pensar esto: ¿A qué se parece más mi estilo de vida? ¿Vivo yo más como un hebreo, en sus ciudades de traza occidental, con sus medicinas fabricadas en buenos centros de investigación, votando de vez en cuando como mandan los cánones? ¿O vivo más bien como los musulmanes cuando dejan de sentirse oprimidos y montan una república islámica?

    Hay alrededor de 100 000 judíos en España y confieso que no me dan miedo. No puedo decir lo mismo del salafismo rampante. Aquellos nunca me han amenazado con la ley mosaica, pero estos no dejan de recordarme que impondrán la sharia a hostia viva. Hum. Por si las moscas, preferiría que ninguno de ellos se configure como un «estado» y que ambos se diluyan en la gozosa heterogeneidad de las sociedades libres. De momento, tal y como están los bolos pinados, sigo leyendo a David Grossman y escuchando a Daniel Barenboim.

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