Señales e infamias de la vida sedentaria

Imagen12 de agosto de 2015

Salgo de un trabajo a eso de las 3 y me topo con una tarde marbellí y se me ocurre acercarme de sopetón al Embarcadero. Una pleamar lapislázuli y turquesa a pique de anegar el muelle. Al fondo, Pedreña, calmosas pinceladas de verdes restallantes. Me noto el pulso regular, lento y firme; la respiración fácil, casi balsámica, pero me acucian unas inexplicables lagrimillas –la garganta atenazada-, porque la bahía de Santander irradia una belleza perfecta, tan perfecta que incluso duele, duele hondo, como una traición apenas cicatrizada.

Tengo una hora antes de entrar al otro trabajo. Podría comer, quizá leyendo algo, pero no. Esta luz de melocotón y salitre exige algo menos prosaico. Circundar, por ejemplo, la península de Mataleñas, así que me acerco al Chiqui. Decenas de andorgas se arrellanan entre raciones y cervezas. Un parroquiano, sin duda un emisario del demonio, levanta a mi paso una jarra voluptuosamente escarchada, para hacerme desistir del paseo. «¡Que te digo que no!», grito para mis adentros, y no cedo a la tentación invencible de una cerveza irresistible. Así somos los héroes anónimos.

Camino ligero por la senda/atalaya que sobrevuela una bocana de ensueño, como si los dioses le sacaran fotos al tesoro de un faraón. Una brisa ingrávida mariposea por los acantilados que se relamen de bígaros y cámbaros. Habrá caminatas más hermosas –el mundo rebosa de exotismo-, pero no serán muchas. Sin embargo, no me cruzo con más de seis viandantes y otros tantos juegan al golf. Observo que todos están más bien delgados, excepto una chica que iba correteando, sofocada, y ahora está tumbada sobre la hierba, con las piernas en alto. ¿Imaginará acaso un gigantesco pollo de corral, sepultado en rica salsa, que exige una urgente hogaza de pan?

A saber por qué, su agónica lucha contra la grasa corporal me trae a la cabeza el rollo de Grecia. El país de los Onassis, abonado a la suspensión de pagos, implorando más dinero para jubilaciones “anticipadas”. Somos herederos de Pericles, dicen, y es mentira: más bien son una extensión de Turquía, con sus zocos de regateo multicolor. Hablan y hablan sin decir nada concreto, nada que se pueda ratificar o desmentir, merodeando insinuaciones, mascullando amenazas de dudoso alcance, mendigando otro poco de tiempo porque tienen “derecho” a que otros se deslomen por “obligación”. Clavan un referéndum traicionero en la chepa de los demás europeos, y luego se ciscan en el resultado, porque la remesa semestral ya está trincada y luego, si eso, ya veremos, oyes, no hay que cabrearse por minucias.

El inefable Varoufakis llama “terrorista” y “nazi” al negociador de enfrente y pretende que lo respeten. El insumergible Tsipras te vende una alfombra antigua (eso afirma), primero por mil, luego por cien, cuando ya se ha arrancado media cabellera por tu duro corazón, luego por diez, cuando teme que te vayas, finalmente por cinco. Y cargas con tu ganga, y en el hotel compruebas que tiene una etiqueta “made in China” y te acomete la horrible certeza de que le aplicarás la ley de vagos y maleantes, sin más trámite, al que vocifere “¡fombra, fombra, barato, barato!”

Contemplo a los plácidos bañistas en la playa-hondonada de Mataleñas y me abstraigo de politiquerías. Camino cuesta arriba, más bien rápido, aproximándome a un puesto de helados. La familia Monster –dos madonnas y dos churumbeles con lorzas masivas y repantigadas- me mira con un sentimiento a medias entre el reproche y la conmiseración. “¿A dónde irá, andando, con este calor?”, parecen decir, mientras se zampan helados de volúmenes insensatos, las camisetas churreteadas de grasazúcar. El faro, esbelto y viejo, asiente en la distancia: esto no puede ser sano.

Ya voy un poco justo y cruzo un parque excelente, de regreso hacia el Chiqui, en rotunda soledad: el gentío andará congregándose en centros comerciales. Antes de subirme al coche, me llega la conversación entre una madre y sus tres niños, más bien cobrizos. No reconozco el idioma, no suena al de los negros que venden bolsos, no es el cantarín de los ultramarinos chinos, ni parece eslavo. Le pregunto a la señora en qué lengua hablan: es tagalo, de las profundidades arbóreas de las Filipinas. Decididamente, el mundo se ha hecho muy grande y complejo.

En la portada de mi periódico figuran los individuos apellidados Mas y Junqueras, uno mirando hacia el horizonte vaporoso de los locos, otro sobrellevando el hambre de la posguerra franquista, ambos con frases a pie de foto que parecen dichas en tagalo. Incomprensibles. Arranco para seguir trabajando, no vaya a ser que los catalufos me llamen “usalin”, que en tagalo significa vago.

5 comentarios en “Señales e infamias de la vida sedentaria

    • Si es que se ensancha el alma y el grácil cormorán se convierte en infame pajarraco. Deberían poner señales en las sendas turísticas: «Prohibidos los pensamientos fatuos». ¡A ver quién es el menda que lo traduce al tagalo!

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      • Siento el retraso, pero tu comentario lo marcó como «spam» y hasta hoy no me percaté.

        Pues sí, en realidad no hay ningún texto que no hable de política, de religión, de filosofía, etc, porque el lenguaje humano es eso, hablar de categorías abstractas que en la naturaleza no existen como tales. Nuestro pensamiento las elabora y añade, y resulta que no hay forma de comunicarlas que no sea el lenguaje, con sus metáforas que siempre dicen lo mismo: que no sabemos gran cosa de nada.

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