Folletín extraperiodístico (IX): El maestro y la grima

28-esgrimaPasan primaveras y estíos y consumos navideños. Mi jefe desoye el rechinar de los años y se esquila a una motarraca y ella se encabrita y él se pega una hostia de reglamento. Una mano helada lo propulsa hacia atrás y el casco le salva los sesos, pero la pelvis se le hace fosfatina y astillas. La operación lo conmina a designar un sustituto para el correo y los papelucos. Es costumbre, desde la fundación del hospital, circa 1929, que asuma esa tarea delegada el médico más antiguo, o sea yo. Sin embargo, el genio que vino de Sitges vocifera que él no lo acepta, «porque el más antiguo puede ser el más tonto».

¿Cree el amable lector que debí tomármelo como algo personal? Puede que sí, pero no. Me limité a poner mi acreditada careta de preservativo guasón. Y el jefe se arrancó con una petenera revolucionaria: elegir al sustituto por sorteo, sacando una papeleta con el nombre del agraciado. Quien me siga sospechará lo que hice. ¡Correcto! Me negué a echar mi papeleta y la tómbola-charada, claro, no me tocó. Alguno dirá que me lo invento, que no es verosímil tanta bobada. Vale, pero haré algo por su salud mental: no contar el muy chusco desenlace del aquelarre.

La descacharrante paradoja es que en 1993, cuando yo traspasé aquellas puertas, éramos una Sección de Medicina Interna. (Sí, sí, mi jefe no lo era de Servicio, sino de Sección.) Años después, cuando nos convirtieron en Servicio, a él lo promocionó un tribunal del que yo formaba parte. Sí, sí, estaba yo, porque era preceptivo que lo integrara el médico más antiguo. Jajaja. Cosas veredes. Yo valía para promocionarlo a él, pero no valía para sustituirlo temporalmente. Jajaja. Tendría yo que rezar para que saliera mi papeleta. Jajaja. ¡Las sales, por favor, que me da algo! Mi jefe, el mismo que hacía llorar al que no se sabía las porfirias, el que machacó sin compasión a alguno de mis predecesores, se plegaba a que un sorteo le tomase sus decisiones. Jajaja. ¡La bacinilla, rápido, que me churro!

Lo cual que pasa su convalecencia y retorna y yo sigo con mis cosucas, enseñando a sus estudiantes (ni los recibía) y a los residentes (los confundía), entre otros asuntillos que iban surgiendo, porque siempre hay un tonto para un descosido. No obstante, mentiría si dijera que me encontraba a disgusto. ¡Hombre! De vez en cuando había que hinchar las venas del pescuezo, pero en conjunto la nave iba, como diría Fellini. No hay como no esperar nada para que nadie te decepcione, pero dejo esto para futuras entregas.

Acabo hoy con lo que puso a mi jefe en la galería de mis maestros. No lo fue en la extensión y profundidad de Pepe Berciano (neurólogo), ni tampoco en la luminosa estela de Alberto Zubizarreta (hematólogo), pero no hay que aburrir al lector. Diré solo que agradezco el magisterio de mi jefe en dos facetas, dos, que parecen pocas, pero han sido cruciales en mi vida profesional.

Una, el fomento explícito de las áreas funcionales en Oncología, para que cada tumor se enfoque de la mejor manera posible, con la máxima autonomía intelectual posible. Otra, la idea esencial de que la industria farmacéutica es una aliada estratégica del buen oncólogo: quiere sacar su pasta, naturalmente, pero nos proporciona los recursos sin los cuales la profesión deviene inútil.

Lo jubilaron, al pobre, después de resistirse numantinamente a toda forma de sucesión ordenada, como si la cosa no fuera con él, como si él careciese de elementos de juicio y tuviera que abdicar en otros más sabios y más enérgicos. Se cayó de maduro, como la fruta, sin rechistar, eludiendo la penosa carga de abrir la boca en el momento oportuno, no sé si por vejera o porque vinieron tiempos duros, al instalarse en la «Dirección» una patulea mendaz y repulsiva que se pasó por el forro de los huevos toda formalidad y cortesía. Lo jubilaron, al pobre, sin más honor que lo que un servidor escribió para su cena de despedida, y mantengo que fue mi maestro, pero ese es el tiempo verbal apropiado: el pretérito indefinido.

4 comentarios en “Folletín extraperiodístico (IX): El maestro y la grima

  1. En mi humilde y desinteresada opinión y dada tu querencia repetidamente manifestada, opino que deberías invitarle a comer una o más veces. También del contacto repetido puede surgir el amor, y más si es a manteles y no entre comités de tumores y guardias vespertinas. ¿Y si descubriérais (a su vejez, viruelas) que estabais hechos el uno para el otro, pero que los árboles no os lo dejaron ver en su día?

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    • Diría que nos ocurrió como en los viejos matrimonios decimonónicos: que ya no teníamos nada que decirnos.

      Habíamos compartido muchas cosas. Cada uno enseñó al otro unas cuantas virtudes -él más que yo, supongo- y en general considero que trabajar con él fue una gran experiencia y un honor.

      Eppur… Hasta los grandes borgoñas se avinagran. Quizá no supimos sobrellevar el peso del tiempo, o yo perdí la paciencia, o él extravió la brújula, o simplemente todo se fue a tomar por el culo por efecto de la entropía, esa fuerza misteriosa que los físicos invocan para quitarle hierro a lo que no tiene remedio.

      Un solo adjetivo le cuadra al último trimestre de su jefatura (2012): penoso. Ciertos acontecimientos en junio de 2013 ya carecen de palabra civilizada. Llegué a albergar la convicción insensata de que nunca volvería a dirigirle la palabra. ¿Para qué? Sin embargo, unos meses más tarde se dio la oportunidad y charlé con él, distendidamente, durante 2 horas. No diré mucho más. Todo quedó explicado y aparece en los libros de Neurología.

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  2. Buenos y encapotados días de sábado. Acabo de leer el «folletín extraperiodístico (IX»).Como siempre que he leído los anteriores,me dispongo ha hacer un comentario de lo leído y,siempre tengo el mismo problema. No soy capaz a entrar en la dichosa página para hacer el comentario correspondiente.Hoy tomo esta decisión de contestar por correo.Me lo paso en grande con tus comentarios «extra periodísticos» y,salvando las distancias»,que son muchas, me recuerda al desembarco socialista a nuestra empresa,que también cambiaron el sistema de ascenso de antigüedad a convocatoria y por no se que influencia cósmica,resultó que los más «listos» y » competentes» eran miembros, y como diría una ínclita ministra de la época zapateril,»miembras» del partido/sindicato del poder establecido.Así que no sabes cuanto comprendo tus folletines extra periodísticos.Cuantos hospitales y ciudadanos pagarían muy a gusto sus impuestos por tener un Dr. como tú.Gracias por estos escritos/reflexiones.Un saludoPedro

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    • Es una infausta certeza que los años no pasan en balde. Claro que no pasan: se quedan. Se quedan pegados a la chepa como lapas, y encima se añaden algas y mareas de chapapote. A cambio, te otorgan perspectiva.

      Algunos procesos, cuando los vives, te parecen sucesos luctuosos por los que merecería la pena engarrarse. No te das cuenta de que son eso, procesos, o sea que no ocurren por casualidad -una casualidad acaso modificable-, sino por una cadena subterránea de razones que no la frena ni la madre que la parió. Sin embargo, tiempo después, cuando finalmente comprendes su magnitud, resulta que ya no te importa tanto. De hecho, todo adquiere un tono humorístico.

      En política, especialmente, todo parece «crucial», «histórico», «determinante». Caca. Todo es mudable, evanescente, huidizo como arena de playa escurriéndose entre los dedos, en primer lugar (y desgraciadamente) porque la inmensa mayoría del género humano consta de ejemplares indignos.

      Será por cobardía (o prudencia), quizá por conformismo (o tolerancia), acaso por miedo (o paciencia). A cada uno le gusta dar su explicación, o su coartada. Pero el hecho es que las cosas suceden como si nadie tuviera ninguna responsabilidad. Nadie levanta el dedo y dice: «Sí, fui yo, y me equivoqué, y pido perdón porque no supe ver las consecuencias y lamento no haber defendido al que sufrió injustamente por mi culpa». ¡Qué va! Ande yo caliente y ríase la gente.

      Pues ya ves, amigo Pedro: ando caliente y además me río; y todo ello mirándome en el espejo y viendo el mismo careto de siempre, exento de cadáveres a su alrededor. Alguno lo llamará «soberbia» y quizá tenga razón, aunque yo prefiero llamarlo «paz». (No me negarás que es un término con resonancias zapateriles, jajajaja.)

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