Los sábados mágicos

Sábado, 24 de octubre de 2015amsterdam-cine-ninos_tinima20120309_0529_3

Es muy peculiar, el género de crítica cinematográfica, pues se escribe en un idioma que recuerda vagamente al español, pero con vocablos jeroglíficos. De una película tildada “de género”, emana un tufillo deleznable, como si dijeran (al bies) que es mecánica, reiterativa, convencional o insignificante. Pero si hay que redimir al director, por cierta afinidad vergonzante, se le endosa la locución “tour de force” y parece insinuarse que ha despedazado las reglas mostrencas del género y todo resulta nuevo, fresco y memorable. Un visionario inflado de setas alucinógenas.

Nunca dirá, el crítico, que la película es entretenida, sugerente, emocionante, conmovedora, bella…, ni siquiera amena o recomendable. Dirá, como preparando el terreno (sin comprometerse de momento a nada), que es un “ejercicio de estilo”. ¡Pero todavía necesita un adjetivo, la cruel sentencia! Si comparece el adjetivo “brillante”, ¡albricias, le ha gustado!, y cree que está compensado el atraco de la entrada. Pero si le endilga un siniestro “pretencioso”, estamos jodidos, sobre todo el productor. Pues, ¿qué significa? Que la película es lo que sigue y más: inane, bufa, incongruente, ridícula. Un fiasco y un patinazo y una estafa incomestible.

Salgo de ver “Marte”, de mi admirado Ridley Scott. Un artista que –como todos los grandes- ha firmado clásicos insuperables y ha perpetrado bodrios lamentables. La película es un canto (no demasiado breve, por cierto) a la inteligencia humana, esa misteriosa facultad que se cisca en las leyes y machaca montañas. Una sinfonía en honor de la inteligencia y el genio personal, pero sobre todo de la inteligencia cooperativa, el milagroso espíritu incorpóreo que multiplica los panes y los peces. Demasiado larga para ser perfecta, creo; sin embargo, podrían fragmentarla y usar algunos pasajes en las escuelas, para enseñar física, química o lo que sea. (Más que prolongar la “enseñanza” hasta que el muchachote tenga pelambre en las orejas, interesaría hacerla menos peñazo, pero aquí lo dejo.)

Salgo de admirar “Marte” y el cine es una cochambre. Según parece, dejaron acceder a una piara de cerdos, no sé si ibéricos o serranos; irían a la sazón disfrazados con atavíos humanoides, pero en la oscuridad recuperaron su condición porcina y, fieles a su guarro instinto, lo han dejado todo perdido de palomitas gorrinas, pegotones de chocolate y otros efluvios churretosos.

En mi lejana infancia, esa manada infecta hubiera sido inconcebible. Te franqueaba la entrada un señor de punta en blanco, con sus charreteras doradas, y el cine olía a perfume, ¡a perfume de cine! Y unas nobilísimas cortinas daban paso a la luz del mundo, y antes de la película te invitaban a salir al ambigú, ¡qué civilizada palabra! En sábados afortunados, te dabas el gustazo de una Mirinda (ya no existe) o un Toblerone (creo que existe). Tenían ambigú el Roxy, el Coliseum, el Kostka, el Cervantes, el Capitol. Y volvías a la sala con reverencia, con modales, porque el aire era solemne; incluso Maciste, el invencible, era solemne, tanto como la autoridad del acomodador encargado de identificar y expulsar al chon.

Al chon ya no lo expulsa nadie. Arropado por su ejército de irrefrenable mediocridad, el chon es la medida de todas las cosas, es el nuevo dios, un dios laico y deudor de sí mismo. Y exige, el chon, que le expidan un título y le otorguen peso a su docta opinión. Pues no. Hay que escapar del chon, como hay que fugarse de este planeta, que se hará irrespirable, y de eso trata “Marte”, de cómo huir hacia las estrellas. De horadar con talento matemático, arrojo filosófico y fuerza moral la negra hondura del Universo.

Huiremos, sí, de este planeta. Mejor dicho, huirán los más capaces, los más depurados legatarios del espíritu humano, los que sepan dar esquinazo al inexorable reventón del Sol o al luctuoso triunfo del chon y su espantosa vulgaridad. Otra de mis películas favoritas, “Gattaca”, reflexiona acerca de lo mismo: cómo romper los límites que parecían razonables –incluso semejaban barrotes de cárcel- y dar el pepinazo en forma de viaje interestelar. ¿Hacia dónde? Quién sabe y qué importa. Lejos. Lejos de este azul que dejará de serlo, quizá prematuramente, por culpa de subinteligencias cochinas y gregarias.

No soy de los elegidos. Mi ciencia es rudimentaria, pueril; apenas entreveo las entrañas de una integral, los caprichosos guiños del neutrino o cómo rayos refulgen los rayos. Lo mío es un oficio a ras de suelo y, como no me esperan las galaxias, me entretengo viendo otra película. Otro sábado mágico en un vuelo transoceánico, con un excelente melodrama así traducido: “Lejos del mundanal ruido” (Thomas Vinterberg dirige, una encantadora Carey Mulligan encarna a la deliciosa Bathsheba, cuyo nombre carece de explicación.) La historia y la música, soberbias; no hay praderas más inglesas, ni actores con una dicción más inglesa, ni mayor homenaje a la lealtad, la valentía, el amor y la dignidad. Hasta los vicios adquieren altura, porque enseñan algo que pudo ser distinto, en circunstancias menos dañinas.

Durante dos horas, no percibo turbulencias y parece que no quedan chones sobre la faz de la tierra, y la Tierra justifica la nostalgia que embargará a los elegidos. ¡Ah, talentosos jóvenes que aprenderéis a vadear los ladridos de Júpiter! Si podéis llevaros un vestigio de mí, que sea el ambientador de los cines de antaño. Olía a futuro limpio de canallas.

11 comentarios en “Los sábados mágicos

    • El próximo viaje, junto al botánico hay que enviar un carnicero, a ver si consiguen plantar solomillos. No tengo inconveniente en que salga con unas hojas verdes, así como adorno, pero lo sustancial es el chicho.

      En cuanto a la chonería rampante, no es lo malo que exista (los cataclismos no se pueden evitar), sino que se la eleve a la categoría de «cuerpo social» y se le otorgue alegremente el derecho al voto. A la demagogia la carga el diablo.

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  1. Buf, doctor, mal lo tiene que ver usted para que así nos lo cuente. La verdad es que yo hace tiempo que he dejado de preocuparme de esto y de muchas otras cosas, porque veo que tenemos la guerra perdida. Como nos cuentan, pienso que hemos evolucionado tanto que al levitar, hemos dejado de mantener los pies en el suelo y ahí estamos disfrutando de la pocilga que nos rodea.

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    • Uno de nuestros rasgos más chocantes es el maltrato de los locales PÚBLICOS. La gente pisa las sillas, las paredes, tira colillas, escupe incluso, como si fuera otro el dueño y a ese dueño hubiera que amargarle la existencia. Entonces el «pueblo trabajador» deviene populacho rastrero.

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  2. Veo que sale correcto en el blog, pero esa curiosidad de domingo 23 de octubre de 2015, ¿de dónde sale?Y luego los chones… ¿Nunca te hablaron de los que volaban? Si me diera por comentar lo que veo en el TUS… «enanos» con dificultades para llegar al suelo con los pies, deslizan sus espaldas por el respaldo para posar sus suelas en donde se debe sentar el personal… En más de una ocasión he pedido la retirada de pinreles, sin incidentes de momento … pero como tantas otras cosas, incluida la longitud de las cabelleras y la anchura de los pantalones … siempre hubo «viejos» reprendedores… Tu has llegado muy pronto. Relax! Mira quienes dirigen el cotarro. ¿Qué queremos?Un abrazoRoberto Date: Sat, 24 Oct 2015 11:50:09 +0000 To: rruisanc@hotmail.com

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    • Escribílo volando a México, con notable desorientación de fechas, horarios y costumbres. Los sentimientos, en cambio, son así. ¿Exagerados? Puede. No confío en la gente como tal -ni aisladamente no en grupo-, confío en los individuos que acreditan méritos. ¿Cómo reconocerlos? Cooperan al bien común y no andan lloriqueando. Plantean mejoras, no exponen quejas.

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  3. La eterna cantilena es la constante queja sin atisbo de solución; no hay evidencia que no tenga contrapartida pesimista, de modo que, en semejante contexto, volar hacia Júpiter no parece mala salida. Y si somos de los primeros, tal vez podamos establecer cuatro normas básicas para quienes nos sigan; entre otras, no escupir los chicles ni escribir ocurrencias en las paredes del excusado.

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  4. Recién, discutía yo con un afamado patólogo si a un investigador de esos top, top, se le pueden admitir conductas amorales o infracciones de la ética más elemental. Él me decía que sí, que son 2 esferas distints y que los investigadores no tienen que ser ejemplos en otras facetas. Yo le decía que bueno, de ser así, yo me permitía dudar de su verdadera calidad como investigadores.

    Y así se pasó la comida, Naturalmente, sin llegar a nada práctico. En lo que me concierne, procuraré en la medida de mis fuerzas rodearme de gente no solo capaz, sino respetuosa con las normas de convivencia. Entre las cuales se encuentra no engorrinar las cosas que son de todos.

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  5. Pingback: Los sábados mágicos | joseluisteja

    • Ayer regresé al cine para ver la última de James Bond. (No, no hace falta que me afeen mis apetencias, a veces tan rayanas con la mayor vulgaridad comercial.) Era otra sala, en otro centro social-mercantil, y a la salida me detuve a observar el panorama.

      No sé si esperada o inesperadamente, no había ni rastro de la chonería que denuncié en el artículo que Osorio elogia. ¿Por qué? Era el mismo horario; la afluencia de público, muy similar, también la edad promedio y el bullicio y todo… Pero estaba todo mucho más limpio y la gente se llevaba sus desechos para arrojarlos al contenedor de basura. ¿Increíble?

      No. El hecho certísimo es que las 2 salas tienen dos diferencias. La primera, la de los chones, está enclavada en un entorno sociológico se diría más «popular». La segunda, la de los aseados, está mucho mejor diseñada, con asientos de mayor calidad, etc.

      Ambas cuestan lo mismo, ambas son «buenas» salas, pero sucede algo muy cruel. A la primera va gente de menor calidad, y al ser la sala también de peor calidad, todo se conjura para irradiar cerdería bajuna. Algún ingenuo dice que es «cuestión de educación». Tal vez, pero en España hay colegios gratuitos para todo Cristo; nadie puede justificar una conducta vandálica porque «se la enseñaron en la escuela».

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