Folletín extraperiodístico (XI): Chonnie and Hyde

IMG_05885-copy-2Yo estaba en Madrid tan pancho, con la idea de regresar algún día a mi tierra, que es más verde y menos… En fin, ahí lo dejo. El caso es que estaba más o menos tranquilo, porque mi futuro jefe estaba solo y a su vera había 2 plazas y yo me hacía el cálculo de que habría tiempo para trincar una de ellas.

¡Ah, dioses crueles, que zarandeáis a los hombres con caprichos veleidosos! Me llega la onda de que un gallego aspira a una de las plazas y un asturianín aspira a la otra, ambos a la vez, sin anestesia, y resulta que tengo que volver a toda hostia, por si las moscas.

Y pasan unos cuantos años de los que ya se ha dado cuenta en alguna entrega que no voy a levantarme a mirar, y al cabo de un tiempo me asignan la Tutoría de los Residentes que vayan llegando, creo que también se ha dicho por qué, pero es igual, a lo que vamos…

Uno de mis fiascos fue apoyar la contratación de un egresado que, como se dice ahora, progresaba muy adecuadamente. Todo era guay, aprendía con facilidad, hablaba inglés, tenía iniciativa (o lo parecía), algún jefazo de la Oncología española me dijo que era una persona «sólida». ¡Nasti! Era tan sólida como el agua con gas y se volvió… digamos loca. No de atar, quizás, pero sí lo que el lenguaje cotidiano llama loca. Como el Frank de los animales, que se revuelca a 10 centímetros de una cobra o de las patazas de los rinocerontes. Al cabo de un tiempo, el fichaje se vuelve no ya loca, sino completamente loca, y se convierte en un problemilla ulceroso, de esos que sangran un poco, dejan de dar la lata, vuelven a sangrar, y acaban desafiando la paciencia de una burra y dos que la monten.

Cuando despiden a mi jefe, a despecho de su grotesco intento de aferrarse al trono con el marchamo de «emérito», unos pájaros de la llamada Dirección me entrevistan y se convencen de que soy un zángano, un inútil y un corrupto. Bien, no pasa nada, vivimos en un país libre, hay opiniones para todos los gustos y acaso tengan hasta razón, aunque la pierden, naturalmente, cuando no lo manifiestan a la cara, por derecho, sino que lo disfrazan de «período de reflexión». Lo cual consiste en que soy «jefe» a semanas alternas, como a semanas lo es el Genio, y nos caen los asuntillos ahora sí/ahora no, por una supuesta «asepsia equidistante». En lo que me concierne, me caen/tocan fármacos de elevado impacto presupuestario, o sea carísimos. Me tocan nuevos circuitos de pruebas radiológicas, tres reclamaciones y un peritaje. Para rematar, me sangra el compi loco que anda arrastrando las greñas como la loca de Jane Eyre.

Mientras la Dirección rezonga y rumia, yo, el zángano-inútil-corrupto, tiene que vérselas con una serie de mierdas y mandangas que el Oráculo -mi mujer- define con absoluto acierto como un despropósito. Me dice que es absurdo preocuparse semana sí/semana no por asuntos que son de jefatura sí o sí, en plan sí/no/sí/no, como si alguien deshojase una margarita de ochocientos cuarenta pétalos. Que se están riendo de vosotros, de ti, en concreto, encalomándote pijadas hoy sí/hoy no, sin remuneración alguna.(«¡Qué lista eres!», le dice el experto cazador de «Parque Jurásico» a la hembra velocirraptora que se lo va a zampar.) ¿Con quién comparto esas tareas, semana sí/semana no? Lo ilustran a la perfección un par de anécdotas de poco tiempo atrás.

Entra en mi despacho una doctora rotante y le digo buenas y se echa inmediatamente a llorar. Lleva conmigo una temporada y ¡oyes!, soy consciente de que a veces soy un tanto brusco (histriónico, más bien), de modo que se me ocurre que tal vez me he pasado de frenada. Sin embargo, algo me dice que no, que no es eso. Llora sin consuelo y es descorazonador, pues es una residente de cierta edad (años dedicada a su familia antes de encarar el MIR) y me digo: «¡Hala, otro cáncer en un allegado!». A ver si se lo explico y lo enfocamos con cierta alegría… Pero me equivoco.

(No es raro: todos somos idiotas al menos 5 minutos al día y se trata de no rebasar demasiado la dosis.) Me equivoco, porque la cosa no es tan grave -o sí, si lo juzga un gallego-. Resulta que un supuesto compañero la ha sometido al tercer grado, en versión lámpara fija y ladridos infrahumanos, chillándola como un anormal porque «no se le ha pedido permiso». ¿Quién debería pedírselo? – inquiero- y resulta que era yo, que era mi responsabilidad pedirle el permiso de marras. Veamos: calma zen. Zen y más zen. Inspiración, espiración, zen, inspiración, espiración y más zen y ommmmmm y otro poco de zen.

Yo la había enviado a charlar con las monitoras de mis ensayos, para que le explicaran su diseño y mecánica. Subrayo «mis» ensayos no por afán posesivo/excluyente, sino porque correspondían al área en la que la perra vida me ubicó . Son ensayos de mama por la circunstancia casual-banal de que veo cánceres de mama desde que Jesucristo se las tenía tiesas con Pilatos. Pues bien, las monitoras no le explican nada y cumplen la orden -ya se verá de quién- de remitirla al SGFVSIOM, que vienen  a ser las siglas de Sumo Genio y Factótum Venido de Sitges para Ilustración de la Oncología Mundial.

Ése. Ése es el individuo que ha dado la orden, como un mafioso de vía estrecha, en el curso natural de su pretendida superioridad no ya intelectual -se da por hecho-, sino funcional y hasta natural. El cuate, con su corona vaporosa y ful, le dispensa a la pobre residente una sarta de ladridos, con su correspondiente salivilla. Y sucede que yo soy víctima (secundaria), porque es insoportable ver llorar desgarradoramente a toda persona que te pide ayuda como un perruco apaleado. No soy mucho de jurar, pero juro que fue una escena in-to-le-ra-ble.

La consuelo como puedo, más mal que bien, y exijo cuentas al Genio-Factótum y me endilga una retahíla de chorradas sobre su jerarquía y exclusividades. «Falsa y falsas, por este orden», le digo. Y empieza a amenazarme -en mi despacho, sin coña de ninguna clase- de esta guisa:

-¡Cuando sea tu jefe te vas a enterar!

-¿De qué me voy a enterar, alma de cántaro?

-¡Te voy a quitar la mama!

(¡Leches! Por aquél entones yo estaba algo gordinflas, pero no hasta el extremo de una ginecomastia susceptible de cirugía, así que no, no podía referirse a mi mama.)

-Oye, amigo, atiendo esa faceta como previamente atendí tumores digestivos, urológicos, ovarios o gliomas. Si por avatares organizativos tengo que ir al pulmón, pongamos por caso, ¡santas pascuas!

-¡Pues te mando a la planta!

(¡Hostias! Lo dijo como si fuera galeras, el pobre, olvidando que yo había ido voluntario precisamente cuando él mismo se negó porque «eso le corresponde al último mono» (sic). En su día le dije que el último mono era el adjunto más joven y que semejante política lo condenaría al ostracismo perpetuo y me respondió con suma finura: «¡Que se joda!»; y yo me fui a la planta y abandoné algunos asuntillos de cierta enjundia, pues en mi presencia y si puedo evitarlo nadie se jode.)

-Veamos, si fui voluntario, no creerás que voy a sufrir un pataflús cagarruto. Pero, sobre todo, ¿con qué legitimidad te permites a-me-na-zar-me? Tú, chaval, estás desequilibrado…

Pues durante 5 meses comparto tareas de «jefe» con el desequilibrado, mientras la Dirección finge que rezonga y rumia, hasta que encuentra a una propia que se apresta a desfacer entuertos sin tener ni puta idea de nada, ni de los entuertos, ni de los métodos, ni del menor sentido del ridículo, ni de dónde aprietan los zapatos. Llega junio de 2013 y viajo al congreso americano y no hay aviones de Santander a Chicago y aterrizo en Madrid y me llaman 2 colegas, un valenciano y un manchego, para preguntarme sucesivamente cómo estoy, y les digo que bien, y entonces me llama un tercero, un andaluz, y me pregunta cómo estoy, y también le digo que bien. ¿Habrá corrido el rumor de que me ha pegado el infarto? Y me dice qué putada, y le tranquilizo acerca de mi corazón, que mantiene un riego apropiado, y me dice que se refiere a mi nueva jefa. «¿Qué jefa?», le pregunto, y me dice que me han asignado a una oncóloga de la capital, que si no lo sabía. Pues no, señor, no lo sabía, pero ahora tengo que apagar el móvil porque sale mi avión hacia Chicago. La extraordinaria ciudad a orillas del lago Michigan, gloria del mundo civilizado, en la que me topo con el absurdo teatrillo de que mi jefe no será un desequilibrado, sino una cérea medianía. En la otra vida, antes de reencarnarme, tuve que liarla muy, pero que muy parda.

4 comentarios en “Folletín extraperiodístico (XI): Chonnie and Hyde

  1. Amigo José Manuel. Más que un hospital eso parece la jungla,aunque en realidad, no difiere mucho,mejor dicho nada de cualquier otro trabajo.Te puedo decir que me encanta leer tu blog y los «folletines extraperiodísticos». Talvez sea el precio que pagan los profesionales honrados,enamorados de lo que hacen,sinceros y, como en tu caso una eminencia de la medicina.No es por hacerte la pelota,que o tengo necesidad alguna. Es lo que pienso.Un saludo cordial y a esperar que el «pica» de Luis ( si sabe que le he llamado «pica» perdemos las amistades),es broma, nos reuna para una de las comidas de las buenas y un gin tonic mejor.Un saludoPedro

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    • Contra una opinión absurdamente extendida, el trabajo no es salud. Lo haces, de hecho, para mantenerla, porque sin dinero es jodido procurarse comida y tener un techo bajo el que cobijarse. Y en haciéndolo, pueden suceder dos cosas: que te vaya medio bien (como es mi caso), o que te vaya francamente mal (como esos pobres que se caen del andamio).

      En verdad yo no tengo motivo de queja. Pude estudiar lo que quise (si me equivoqué o no es harina de otro costal), me contrataron para trabajar de eso, sin grandes dificultades ni quebrantos, y acabé trabajando en un hospital que de pequeño tenía absolutamente idealizado, hasta el punto de que jamás soñé trabajar en él. No me consideraba a la altura, aunque luego, con los años, resultó que sí, que sí estaba a la altura y acaso, tal vez, quién sabe, a una altura un poquito superior.

      Entre 1993 y 2013, de hecho, trabajé tan ricamente. ¿Que hubo anécdotas chuscas y algún que otro dislate? Pues claro, a todo el mundo le pasa. Los trabajos, tanto por la tarea intrínseca como por los equipos, dan lugar a toda clase de lances que servirán, tiempo después, para contárselos a los nietos. Los años pasan, tus años pasan, las cosas que parecían importantes devienen en nada, el tiempo cicatriza tanto… Y así vas adquiriendo lo que llaman experiencia y la empresa te reconoce lo que llaman antigüedad ¡y tan amigos!

      Sin embargo, a saber por qué, por nada concreto o quizá por una cadena de desastres anunciados, todo queda iluminado de otra manera. En lo que me concierne, la «iluminación» consistió en un apagón. No quiero aburrir a nadie y lo resumo así: el hospital que era mi casa ya no lo es y nunca lo será. A mi juicio, cayó en manos de irresponsables -dañinos arribistas- y la respuesta colectiva fue de vergonzosa cobardía.

      Ahora está de moda excusarse diciendo que la culpa fue de otros, que yo no sabía, que yo no podía, que yo mo de dí cuenta, que no había necesidad de, que yo soy bueno pero el mundo es como es, que tampoco es para tanto, que todo tiene arreglo, que vendrás tiempos mejores, que ya veremos, hombre, ya veremos; que yo soy valiente pero ahora toca prudencia, que a lo mejor otro lo resuelve, que para qué molestarse, que las cosas son así, que yo no he sido, señorita, yo no he sido, pero el otro, el que protesta, algo habrá hecho, que yo no soy de criticar pero para mis adentros me digo.

      Caca. Mierda. Boñiga fresca para todos ellos. No han entendido que te pueden derribar a hostias, pero jamás hay que doblar el pescuezo, salvo que lo tengas de esclavo. El mío tiene un agujero en el centro, para el paso del gin-tonic, pero por fuera procura mantenerse vertical y firme. ¡Qué se le va hacer! Uno elige sus ejemplos y se comporta de acuerdo con ellos (o bien uno opta por un mundo de chicle, donde no hay rigor ni conciencia).

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  2. Estoy pensando seriamente en construir una especie de algoritmo de los avatares de ése Servicio, porque se va haciendo complicado seguir los entresijos aunque, en buena lógica, el tiempo (gran escultor, que decía la Yourcenar) habrá puesto a cada quién en su lugar descanso, ¿no?

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  3. Este servicio no ha tenido más avatares que otros -de hecho navegó muchos años con notable fluidez y sosiego-, hasta que todo vino a tambalearse por una inexplicable mezcla de todavía no sé bien qué. (Por eso escribo, para entender mejor.) Mi hipótesis se resume en 2 vectores: el externo, que consiste sencillamente en que otros te inoculan cambios; y el interno, que consiste en analizar cómo responde el grupo al inóculo.

    Servidor, para el equipo externo, era vago, bobo y ladrón. Fetén, nada que oponer, ya digo que vivimos en un país libre. Respecto del equipo interno, la respuesta consistió en derramar alguna lagrimilla más o menos sincera. A juicio de la mayoría, yo tenía que dar un paso al frente y en el frente aguantar los cebollazos. Pues bien, con la bayoneta mellada y la bandera hecha jirones, cuando yo pedí que la caballería avanzase por los flancos, las circunstancias nunca fueron propicias. (Lo que viene a ser un clima moral de maricón el último, que según parece va muy bien con los tiempos.) Resultado: una baja y otros ahítos de migajas.

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