Folletín extraperiodístico (XII): El broche de la iguana

Diciembre de 2012. Unos tarugos erigidos en poderoso triunvirato me despachan con 3 adjetivos inapelables: inútil, zángano y corrupto. (Circula otra versión que lo dejaba en ladrón, ignorante y vago. Da igual; ya digo que vivimos en un país libre.)

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Con todo, durante varios meses se callan su docto análisis y me endilgan entuertos con alguna que otra espina. Hasta que se cansan de la chacota y hacen como que se caen del manzano y designan a traición a una individua de sigiloso reptar.

A mis 50 años cumplidos, como si fuese un mozalbete ruboroso, me entero de la designación por colegas de otras provincias, a salto no de mata, sino de avión, mientras vuelo hacia Chicago. Allí aterrizo y, sin que la cinta escupa mi maleta, recibo de golpe alrededor de 70 pésames y quejas y mensajes y solidaridades y más quejas y alguna sonrisa tiznada de lagrimones cocodrilianos. «¿Pero a dónde va ésa?» – me preguntan, y les juro por Dios (siendo ateo, lo juro) que no tengo ni puta idea.

Por el azar, tan juguetón, esa misma noche ceno en un restaurante de espaldas a la concurrencia y mi partenaire me avisa de que tengo detrás a mi nueva jefa. Me giro, por si quiere decirme algo, y resulta que permanece sentada en otra mesa, mirando a un infinito cósmico, orillándome con ostensible y rígido hieratismo. Es cómico: yo la miro fijo y fijamente ella pasa de mí, mudos ambos, durante 3 minutos. (Los cronometré, rediós.) No pestañea y tengo que ir al hotel, y de camino voy de frente hacia ella, pero sigue sin pestañear, como una nefertiti abismada en un agujero negro. Es cómico: dos mudos fingiéndose ciegos.

«Toda la noche oyeron pasar pájaros» lo escribió mi admirado Caballero Bonald. Pues bien, toda la noche pasé leyendo/escribiendo mensajes de/a los compañeros que seguían trabajando en Santander, tragando milongas de una dirección infame. Y me instan a reunirme con el genio que vino de Sitges, para adoptar una estrategia común respecto de la advenediza, y eso hago, reunirme con él, y mira por dónde él y la advenediza son amigos, pero amigos de cenar el uno en casa del otro, en calurosa y familiar armonía. Y me expresa su tremenda indignación, porque la interfecta lo ha traicionado vilmente, y acordamos unos puntos para amenizar una entrevista con su examiga.

El encuentro se produce esa misma tarde. Hotel Wie, Chicago, cerca del edificio Wrigley, un trasunto kitsch de nuestra Giralda. Ni la advenediza ni un servidor mencionamos la escena grotesca de la noche precedente. Todo discurre con muy británica hipocresía. El genio traicionado, en fin, da señales inequívocas de que intentará cocer sus habichuelas por su cuenta. Nada que oponer, excepto el apunte de que el personaje hace mutis. Mutis total en los capítulos que resten de Folletín (y en la vida que le quede al escritor).

Le expongo a la dama sigilosa que la designan unos gaznápiros a la estricta contra de un servicio maduro, del cual lo ignora todo. Responde con vaguedades. Le expongo que el servicio, por su parte, lo ignora todo (y desconfía) de sus pactos secretos en materias muy sensibles, como la plantilla, sin ir más lejos. Me repite las mismas vaguedades. Le expongo nuestra organización y números -de los que no sabe nada- y le pregunto por sus líneas de gestión. Apenas farfullea. Le expongo una razonable inquietud por sus criterios organizativos, especialmente en materia de consultas externas. Y me habla de perdices mareadas, revoloteando en los confines de Orión. Y me estremece la vacuidad de un gélido universo sin estrellas.

 

5 comentarios en “Folletín extraperiodístico (XII): El broche de la iguana

  1. Entiendo tu sorpresa con la individua. Es habitual que los puestos de responsabilidad los ocupe no el más preparado, sino el más obediente. Gracias a ese criterio de selección nacen artículos esclarecedores como este que nos regalas hoy.

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    • Cuando te exponen una idea, no siempre estás de acuerdo, claro está. Hay ideas erróneas (casi obviamente insensatas), y otras tan brillantes e innovadoras que tu cerebro (obtuso) las malentiende como estrambóticas, sin serlo. Mas ¡ay!, han de ser ideas, y eso exige una definición precisa, sea verbal, sea visual, sea algo. Si no sabemos de qué hablamos, ¿cómo vamos a saber de qué hablamos? Pues eso sucedió. Lo insustancial se creyó sustancia y no había más sustancia que un humo evanescente y mudo. Y el mundo prefirió acomodarse de rodillas a la espera del Maná. Y el Maná era lo mismo: silencio cobarde.

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    • Ya es malo que transformen la vida (y no digamos la vida profesional) en un «arte», siendo así que en realidad promueven una forma rastrera de «astucia». Mas mucho peor es que transformen la vida (y no digamos la vida profesional) en una «guerra», cuando no hay ninguna razón, ninguna, para ir a trabajar como se fuera a las trincheras del Marne. Quisieron transformar la vida -la vida cotidiana, el desempeño normal de una profesión normal- en una «astucia del combate». Lo lograron, en parte, por la aquiescencia rebañoide del común. Fracasaron, en lo que me concierne, porque todos fuéronse a tomar por cofa: los victimarios y los cobardes, y no precisamente por ese orden…

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