Velarde mancillado

Lunes, 4 de abril de 2016

19243_I_Goya_War2Un perverso suplicio de mi infancia consistió en calzarme unas plantillas que Dios confunda. Llevaba amortajados los pies, presuntamente “planos”, en unas botarracas infames, con unas plantillas duras como el corazón del diablo. Años después, al tallarme para el servicio militar, emergió la cruel paradoja de que mis pies eran “cavos” (lo opuesto al juicio apocalíptico del pediatra catastrofista) y me declararon “inútil total”.

Habiéndome librado del trance, no sería razonable atribuirme altas prestaciones en disciplina castrense, genio táctico, fuerza letal o valor en combate. La guerra me infunde un pánico atroz y no sería fácil arrastrarme hacia la trinchera –ni sacarme de ella-, por más que se desgañite el corneta y el enemigo achuche. No obstante, tengo por iluso al que confía en que no seguirán entablándose guerras. El medio-sapiens se pega con los demás macacos con puntual obcecación, con el vecino por las habichuelas, con el extranjero por las fronteras, con el infiel por hereje. Guerra dinástica o de dioses; guerra colonial o de independencia o incluso mundial; guerra y arde Troya por una mujer, por el opio o por el coltán; guerra de los treinta, de los cien años (ya puestos…); guerra civil nadie sabe muy bien por qué, a lo mejor por cojones, enterrados a millares en fosas hondas de cojones.

Lo cierto es que la historia se enhebra, mayormente, con larguísimos tiempos de paz. Antaño mirabas al hervidor, un cacharro de cocina para que la leche no subiera de un nivel razonable, y el proceso de calentamiento parecía tranquilo y moroso, hasta que de pronto, en un súbito arrebato, la natona bullía como una culebra flamígera. Pues bien, la paz sería lo lento/aburrido (y con sarcasmo lo denominamos “período de entreguerras”), mientras que el episodio bélico, siendo brevísimo, nos hace más mella y lo echamos de menos si el parte no da el parte de guerra. La Guerra de Secesión duró 4 años ¡y mira qué forrón de películas! La brutal insensatez de la Gran Guerra duró apenas 3 años. La espantosa maquinaria del Emperador del Japón, que tuvo el arrojo de aniquilar la flota yanqui en Pearl Harbor, quedó fundida en minutos, cuando el mismísimo Cielo se convirtió en magma/uranio incandescente e inauguró una paz que ya veremos.

Toda Europa se la disputaban monarquías (lo de “absolutas” es redundancia innecesaria), así en la paz como en la guerra, hasta que en 1789 triunfa la Revolución Francesa, no sin dosis caballunas de violencia. Por tan señalada efeméride, el camargués Pedro Velarde cumplía 10 tiernos años. Con apenas 14, ingresó como cadete en la Real Artillería de Segovia y con 22, en 1801, fue destinado al ejército que operaba en Portugal. (Queda de manifiesto que las prórrogas por estudios y la objeción de conciencia le parecerían nociones más bien exóticas. Yo mismo, inútil total, le inspiraría un mohín de desprecio.)

Siendo Velarde un hacha en asuntos balísticos, en 1806 lo envían a Madrid, ya como capitán, adscrito al Estado Mayor. Allí traga quina por el paso soberbio y asalvajado de la tropa francesa, aunque por entonces se la tiene por “aliada” y nuestra “autoridad” dispone que los soldados españoles permanezcan acuartelados para evitar altercados con los gabachos. El mando franchute pretende captar al capitán Velarde para la causa napoleónica y el camargués responde que “no puede separarse del servicio de España sin la voluntad expresa del Rey, de su Cuerpo y de sus padres». (Queda de manifiesto que la moral de nuestro tiempo le parecería un tanto relajada.)

Coincide que anda por Madrid el sevillano Luis Daoíz, igualmente soliviantado con las fazañas francaises, lo cual que camargués y sevillano planean un alzamiento que, sin apoyo gubernamental, fracasa. Hartos de levantiscos, los batallones “aliados” se desparraman por cuarteles y palacios, entre ellos el parque artillero de Monteleón: allá van 80 alonsanfáns que se topan con Daoíz y otros 17 españoles, y enseguida llega Velarde al frente de otros 35 esaboríos. Sevillano y camargués resuelven untar de cebollazos a la infantería “amiga”, pero solo aguantan 3 horas, pues al asalto llegan 2.000 efectivos a las órdenes del general Lagrange. Al cabo de 3 horas, digo, Monsieur se planta sable en mano ante Daoíz, a la sazón herido en un muslo, y lo conmina a rendirse “por traidor”, en francés, y el otro, como un vitorino chorreando, le larga un espadazo que no lo mata de milagro, y los “aliados” filetean al sevillano a bayonetazos. Y en un amenjesús, un oficial polaco despacha a Velarde con un tiro a quemarropa. (Queda de manifiesto que la tradicional amistad hispano-francesa le sonaría a soplacuerno quemao.)

Equivocado o no, insurrecto o no, retrógado o no, la cosa es que Velarde está reconocido en toda España como un héroe patriótico. Y no lo está por repartir chuches por Navidad ni por cruzar a las abuelitas en los pasos de cebra, sino por su integridad y valentía de soldado español, que por español se batió con los franceses y por soldado lo jodieron vivo. Hay estatuas en memoria de Velarde por doquier: en Malasaña, junto al alcázar de Segovia –donde pone que nació en Muriedas-, ¡y por supuesto en Santander!

Y ahora van sus “paisanos” y quieren que el 2 de mayo no se conmemore el aspecto bélico del heroico Velarde. Que todo quede en una romería pacifistoide, bastarda y mentireira. Un festival arrabalero, bobicolor y disolvente del sentimiento patriótico, que a Velarde le granjeó la gloria y a ellos les saca ronchas. Yo, el inútil total (en retaguardia por defectuoso y quizá también por cobarde), reniego de la “epidemia Colau”, esa pose mangarrana y gallinácea que se cisca en Velarde y en las fuerzas armadas por un profundo agujero del cerebro ideológico-estratégico. El 2 de mayo, o se enaltece al Velarde que fue –y se fue por defender lo que creía que somos-, o mejor nos dedicamos a lo nuestro: traicionar lo poco que aún no esté desmoronado y discutir como posesos la titularidad del guerrero Casillas.

12 comentarios en “Velarde mancillado

  1. Uf, Jose Manuel hoy te han cogido con el paso cambiado y me alegro porque nos regalas tus mejores asertos con los que estoy plenamente identificado. Somos unos acomplejados y unos meapilas, Tenemos una historia de tres siglos de potencia, mientras que los ingleses no llegaron a uno y los americanos pues van por los 70 años, más o menos, es decir que a chulos no nos gana nadie. Me recuerda al libro «Un día de cólera» de Pérez-Reverte. Los dos tenéis la misma mala hostia. En fin mi querido amigo, para la próxima no te olvides de Blas de Lezo. «Mediohombre» me tiene fascinado!!

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    • Como bien señala APR, nos aquejan 2 grandes males en materia de (auto)conocimiento histórico. Uno, que propendemos a olvidarlo, o bien todo (ignorancia), o bien aquello que no nos gusta (sectarismo).

      Pero hay otro más grave, y es la ingratitud. Blas de Lezo se partió el pecho -literalmente, como otras partes que no eran el pecho- por algo que le parecía digno. Ese algo no solo era (y quizá es) un paisaje o unas costumbres rituales. Eran (y somos) sus compatriotas, los que se quedaban en casa trabajando mientras él se daba de hostias con el perro inglés.

      La mala leche nos sale a APR y a un servidor porque es de bien nacidos ser agradecido. Todas las patrias que merecen tal nombre honran a sus caídos, enaltecen a sus héroes, conmemoran a sus soldados. Nosotros no. Se conoce que estamos a cosas más importantes.

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  2. Doctor te escribo porque deseo conversar contigo en directo para el programa LOS TRABAJADORES DE LA LUZ que se emite en ondas y radios 2000 de lunes a jueves de 20 a 22 horas

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  3. Imagináis que el bonaparte borra de la faz de España a los borbones ( ni Fernando VII ni Isabel II ni alfonsito XIII) y de paso todos bilingües. Aunque los gabachos sí que fueron muy cabroncetes. Grande Velarde,aunque dejarse la vida por Fernando VII . Una pena

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    • Mucho se ha comentado el error de rechazar a las tropas napoleónicas, en la idea de que traían lo más «avanzado» de su tiempo. En realidad, los ideales republicanos habían dado paso a un régimen autocrático, imperialista, en la figura de un Napoleón que no se paraba en barras. Por otra parte, los Borbón degeneraron posteriormente, pero Felipe V y alguno de sus sucesores no fueron un desastre absoluto y, en su día, seguramente supusieron un avance respecto a los Habsburgo.

      Quiere decirse que los procesos históricos -y sus protagonistas- son cosa opinable y del todo impredecible. A lo que hoy parece evidente y hasta buen negocio, al cabo del tiempo se lo tilda de error y surge el arrepentimiento. ¡Ay si yo hubiera o hubiese! Pero llevada a su extremo, tal actitud desemboca en la parálisis.

      La única defensa es atenerse al cargo y a las reglas de cada uno. El notario, pues a registrar documentos, sin engañar al prójimo. El maestro, a desasnar caletetres sin someterles a tocamientos impúdicos. ¿Y Velarde? Pues a romperse la crisma con el enemigo, que para eso es el enemigo y viene a armarla.

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  4. ¡Qué difícil es juzgar un momento y unas actuaciones de siglos pretéritos, con la mentalidad y experiencias adquiridas siglos después!. Las gentes crecemos en el líquido amniótico del tiempo, y no somos inmunes a la impregnación que el medio opera en las mentes. En mi lejana infancia se decía que una vez vistos los cojones al animal, era fácil: ¡¡macho!!. Lo cual no es óbice para que consideremos aquellos levantamientos ¿populares?, ¿incitados desde chantagistas púlpitos retógrados?, ¿por los círculos sociales y económicos más cavernícolas?, como uno más de los errores que a lo largo de su Historia han cometido sucesivos dirigentes o círculos de poder en esta malhadada península ibérica, casi siempre aclamados por una masa informe e inculta previamente moldeada y mental y religiosamente sodomizada. Una somera lista de ellos: persecución y expulsión de la refinada, culta, industriosa, artistica, higiénica, etc., sociedad ¿árabe?; (oiga, llevaban ellos más años asentados en la península que sus perseguidores), y su sustitución por el culto a la ignorancia, el desaseo, la dogmática brutalidad religiosa,…. Saltando muchos años, seguimos con la instauración del terror sobre quienes intentaron estudiar y avanzar en la ciencia y el conocimiento. Seguiremos dando zancadas en la Historia, y llegaremos a 2 de mayo (aparte de oras afinaciones de la música, es verdad: confrontación de la cultura, contra cerrazón no sólo cultural, sino mental de los curas «merinos», con sotana o sin ella), o delos catedráticos «cascorros». Otra zancada, dictadura de Primo de Rivera. Y ya, hace tres días, masacre y aplastamiento de lo más granado de la sociedad española ¡¡ya éramos España y no como cuando los Católicos!!, por otro «levantamiento nacional/tsunami». No se si habrá muchos países en el mundo en los que tanto y tan enfervorizadamente se hayan lanzado gritos de «vivan las caenas», «muera (o abajo) la inteligencia», etc. etec. Y todo ello, impuesto con dialécticas «del puño o la pistola». Antes, «la cruz, la espada, y el fuego purificador». Con todo, de acuerdo con el Dr. En el tiempo y momento precisos, al militar Velarde no le quedaba otra opción que «oponerse al invasor», pues esa era como se vio su vocación, su profesión, e en función de ella su mandato. en la profesión de riesgo que eligió, la muerte es una de las sólas dos posibilidades que en ella hay y de la que se sienten orgullosos.vencer, o morir. A él le tocó lo segundo, y no sobra se le reconozca su consecuente comportamiento. Desde luego, hay una cosa clara: o se organizan en esas fechas esas efemérides de reconocimiento o, si no se lo considera digno por militarista según el pensamiento de las «fuerzas» ¿vivas?, no se hace nada. Mascaradas oportunistas, no.

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    • Por ahí tengo escrito que la «Historia» es un puro género narrativo. Su base científico-técnica (que la tiene) es la Historiografía, pero el texto que la condensa e interpreta es éso: un relato. Vívido o paliducho, mayoritario o no, es un mero relato hasta que llegue otro fulano y lo reescriba. Lo cual, a mi modo de ver, entraña dos consecuencias.

      Una, que no se debe «enseñar» en la infancia. Para el niño, que obviamente carece de trayectoria «personal» ni puede entender lo que los adultos llaman «futuro», no es más que una ristra de hechos inconexos. Terreno abonado para el aburrimiento o, peor, para el adoctrinamiento.

      Dos, que no se discute tanto la veracidad de los «hechos», como los adjetivos y metáforas que utiliza el historiador/escribidor. Hagamos un pequeño ejercicio. El golpe militar contra la II República, ¿fue éso, un golpe militar? ¿O fue un pronunciamiento cuartelero, un Alzamiento, una rebelión facciosa, una respuesta desesperada, una traición infame, una heroica Cruzada, el arreón fascistoide de los antiguos carlistas o una sedición de tropas antiobreras?

      Y hagamos el ejercicio no de poner calificativos, sino de «revivir» aquellos tiempos y ubicarnos en la tesitura «moral» de uno u otro bando. ¿Dónde estaríamos, cada uno de nosotros, entonces? ¡Ah! Lo de viéndole los cojones, ¡macho!, adquiere ahí su pleno sentido…

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  5. Hay una cosa tan evidente, que sólo citarla produce sonrojo: LA historia (si, con minúsculas), LA ESCRIBEN LOS VENCEDORES, sea en confrontación bélica, o conquista del poder (poder joder), por cualquier medio de fuerza. La reescriben los derrotados, si alguna vez cambia su situación y pasan a «mandar». Digo mandar, porque gobernar es otra cosa que en las actuales circunstancias creo no está ya al alcance ni de nadie; ni de los «junos» ni de los» jotros», por más que ganen peleas o elecciones solos o en compañía de otros. Se dice por ahí, ¿serán infundios de mal pensantes resentidos? que los que gobiernan no ocupan los palacios/sedes de reinos o gobiernos; tienen mando a distancia, y alguaciles adiestrados para que nadie se lo crea se descarríe, y pretenda volar a su libre albedrío o al albedrío de quienes ¿le eligieron?. Pero aún en ese caso, que los vencidos de antaño lleguen a «mandar» hogaño, siempre quedarán celosos guardianes de pasadas esencias que mantendrán con gran apoyo logístico la versión primera de los primeros vencedores y, si me apuran, corregida y aumentada en elogiosos ditirambos. En este País (oiga, o Patria que también vale), tenemos Moas muestras de este aserto. Conclusión: los vencidos originales lo tienen jodido para cambiar el curso del discurso inicial. Pero a pesar de todo, sostengo lo dicho: si se cree la versión «histórica», se celebra con todas las consecuencias y aun parafernalias. Y si no se cree, pues mira, niño: no valen vergonzantes (y vergonzosas) mascaradas sustitutorias. Ni festejos, ni derivadas cuchipandas a cargo del recuerdo de antiguos héroes/víctimas negados, ni de las actuales victimas/cotizantes.

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  6. En cuanto a enseñar o no Historia a los niños en las escuelas, que quiere que le diga. A mi me «clavaron» a sangre y fuego la lista de los reyes godos y otras dinastías y, francamente, no me han servido de mucho para «abrirme paso en la vida» como decían mis abuelos de aquella «cultura» inyectada u osmotizada a golpes de regla, varas de avellano, tirones de orejas, rodillas a tierra con un montón de libros en las manos de brazos extendido en cruz, algún que otro bofetón y aun patada en las espinillas de mis hambrientas «canillitas». Lo que sucede es que los humanos no llegamos para habitar bajo una aséptica campana de cristal que nace de cero con nosotros, y alejada del mundanal ruido y malignos gérmenes contaminantes de cuerpos y mentes. Supongo que alguna referencia y anclaje relativamente sólido e identificable habrá que darnos aunque sólo sea para ayudarnos a un cierto equilibrio «espacial». Por tanto, pienso que habría de verse cómo se transmite a los recién llegados la génesis, trayectoria y situación presente y sus causas del lugar al que llega, que quizá le oriente sobre como continuar el viaje conociendo la dinámica o inercia de la nave que le cayó en suerte. Sin embargo, lo cierto es que no acierto a avanzar ninguna teoría de cómo trasladar a los nuevos inquilinos las experiencias orientatorias sin caer en el sectarismo o dogmatismo. ¿Por medio de poéticas y bucólicas imágenes pictóricas o literarias?. Coño, que mal lo veo. Tuve la suerte de relacionarme amistosamente con un señor (que sin duda Ud., Dr., recordará), que escribió aquello tan bello de que «la poesía es un arma cargada de futuro». Y me sucede que creo que alguna vez le dije, «de futuro, de presente y de pasado». Y a ver quién es el cabrón que la rima en cada momento.

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    • Al hilo de que la Historia la escriben «unos» y luego van otros y a su vez la «reescriben», la única postura coherente es: ¡con su pan se lo coman! Los leemos, quizá con agrado; les hacemos caso (o no), incluso cambiamos de opinión, según los días, y tan amigos. Tengo pacientes que son, además, profesores de Historia: me encanta ver cómo les sube la color cuando les hablo de Pío Moa. Y al final siempre quedamos en lo mismo, en que a todos nos gusta el vermú. Hay que ser un cenutrio para discutir ardientemente si Largo Caballero fue un héroe o un canalla. (En lo que me atañe, no lo invitaría a mi círculo de amistades.)

      Creo que uno de nuestros grandes males radica justo ahí, en la obcecada discusión de qué pasó. Una sociedad sana mira hacia el futuro, coño. A mi hipertensión no la va a aplacar un tratamiento del siglo XIX, sino uno del siglo XXI. A mi intelecto puede que le sirva hablar de la reforma agraria en la II República, pero a mi estómago seguro que le importa mucho más la producción agraria en la actual monarquía. En cuanto a la poesía, dejémosla donde está, en el puro solazamiento del lector ensimismado. Lo otro se llama política y no tienen por qué avenirse.

      Alberti se exilió y parece ser que era comunista y hay (todavía) quien le atribuye un sentimiento «popular». Blas de Otero convivió perfectamente con el franquismo y habrá quien le diga «colaboracioinista» y no sé, tal vez ni él mismo lo supiera con precisión. Escribían poemas, algunos de bella factura, y me niego a tomar partido-bando. Lorca murió fusilado y eso no lo hace más grande. Pepe Hierro era inmenso aunque no lo fusilaran. Ya basta de escarbar en lo que fue. Leamos hacia delante.

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  7. No menospreciar la música; no menospreciar la poesía; no menospreciar las palabras. Las tres han tenido no pequeña importancia en la «navegación» hacia el futuro del ser humano. No digo del «hombre», para no tener que redoblar con «hombra». Claro que las palabras tienen un poder de progreso o muerte que será arriesgado ignorar. Recapacite Ud., Sr. Dr., sobre la cantidad de muertos (y de justificaciones derivadas), que produjeron (y siguen produciendo), aquellas palabras aunque fueran pronunciadas a través de un «plasma»: «yo no miento…yo digo la verdad… mírenme a los ojos…EN IRAQ HAY ARMAS DE DESTRUCCIÓN MASIVA»

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