Folletín extraperiodístico (XIV): En busca del alma perdida

Mediado 2013 -¡ah, tiempo traidor, cómo huyes!-, me encaloman de jefa a una pícara hormiguita. La estimaron dotada para roturar mi cráneo obtuso y ella se creyó en posesión de una Verdad Mística, que a golpe de silencios iluminaría mi alma a oscuras. Naturalmente, yo seguí a lo mío, haciendo lo mucho o lo poco de antes, exactamente igual, y la generala se aprestó a lo suyo, que era… Esto… Veamos, ¿qué era? Hum… ¿Es que no hacía nada? No podría afirmarse con rotundidad, pero tampoco pudiera desmentirse lo contrario. Bizantinos y escolásticos habrían gozado, con tales teosofías, como si les metiesen cascabeles en el culo.

En un disco antañón, el poeta comunista Marcos Ana recitaba la historia de Ana Faucha, una viejecita malagueña que, sintiéndose a las puertas de la muerte, quiso visitar por última vez a su hijo, a la sazón preso en una cárcel burgalesa. Anduvo semanas, sobre la costra purulenta de la posguerra española, siguiendo las vías del tren para no perderse, malviviendo de sobras caritativas, mientras confeccionaba un paquetito con las mejores viandas para su hijo. Pero llegó a los muros de Valdenoceda y no la dejaron visitarlo porque estaba recluido en una celda de castigo. Y en aquellos muros murió, como un gorrión aterido en la puta estepa castellana, sus dedos de hielo aferrados al paquetito que nunca pudo entregar.

Yo veía a mi jefa, reptando por pasillos vacíos, vegetando en la penumbra de un despacho sinsentido, subiendo a un avión cuando se suponía que debía vigilarnos a los vagos, y pensaba en lo que diría Ana Faucha de tamaña indignidad. Qué pensaría de trincar un sueldo público por ninguna tarea reconocible. Qué diría de los burócratas tiñosos que a sabiendas lo permitieron. A sabiendas, digo, porque se les informó específicamente, en tiempo y forma, de aquella ignominia, y no hicieron nada. (Nada es literalmente nada, no una metáfora de la pasividad, sino la pura/puta verdad.) Con la interfecta, al no hacer nada, incurrieron en vergonzosa complicidad. A los demás, ¿qué respuesta nos dispensaron? El puro/puto silencio. Era octubre y no se dignaron ni a contestar.

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Para ser justo, semejante ninguneo-desprecio, viniendo de quien venía, no melló mucho mi ánimo. Lo que me hizo tambalearme (quizá para siempre) fue la actitud claudicante de los damnificados. Nada era oportuno. Nada convenía, ninguna acción merecía el riesgo de significarse, de asomar el pescuezo entre los cebollazos, que al parecer iban con otros y no nos concernían. Al parecer nada había que defender y lo prudente era mantenerse agazapado en la nada, a la silente espera de vete a saber qué. A la espera claudicante y mendicante de algo que tal vez, pero acaso no, pues la nada es lo que tiene, que no se sabe si encierra algo o todo es nada.

Iba pensando por las calles de Madrid en esa actitud, cuando oigo cantar a un juglar callejero. Se llama Fran Fernández e interpretaba una canción suya, que decía: «Lo llevo dentro y es una vorágine incontrolable, como sabes, como ves». Y le agradecí de veras que me abriera los ojos definitivamente, porque yo llevo dentro un resquemor incontrolable contra la indignidad y la cobardía, las cuales en todas sus formas me hacen vomitar. Y ¿para qué negarlo?, me sentí rodeado de cobardes, y todo quedó dicho, y lo que no se dijo quedó alojado en el baúl de las cosas inanes, a las que el tiempo cubrirá con su piadoso sudario de polvo y olvido.

El grupo Quilapayún (que saldrá a colación en algún capítulo próximo) inmortalizó un conflicto laboral en la Cantata de Santa María de Iquique. «Si contemplan la pampa y sus rincones, verán las sequedades del silencio. La tierra sin milagro y oficinas vacías, como el último desierto». Así quedó mi alma: seca, evacuada y yerta.

9 comentarios en “Folletín extraperiodístico (XIV): En busca del alma perdida

  1. Piñal, Vega… cuantos Piñal, cuantos Vega hay en manos de burócratas tiñosos y estos en las manazas de políticos corruptos «votados por los ciudadanos» que no me ven más allá de su pequeña o gran poltrona. Como he recordado estas lecturas quevedescas que nos regalas leyendo la entrevista al Doctor Piñal. Animo y siempre adelante, un saludo.

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  2. Sé muy bien como en todos lados pasa, los amigos de los posicionados estratégicamente a la vez por otros amigos que tampoco tienen muchos méritos más que el lamer los zapatos de otros para poder ostentar puestos públicos, sin tener ni la mínima idea de que hacer con el puesto pero con la soberbia del ignorante. Menos mal que habemos gente que valoramos lo que otros no ven. Atrás ni para coger impulso y de esa gente mejor ni gastar saliva, hacer todos nuestro trabajo lo mejor que podamos y listo. Un saludo afectuoso.

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  3. (…)Quizás mañana o pasado o bien, en un tiempo más,
    la historia que han escuchado de nuevo sucederá. (…)
    Tenemos razones puras, tenemos por qué pelear.
    Tenemos las manos duras, tenemos con qué ganar. (…)

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  4. Agradezco todos los comentarios, al menos en lo que tienen de ánimo y consejo en la faceta individual, que ya es bastante. Sucede, sin embargo, que hay heridas derivadas no de problemas propios, sino de lo que llaman «entorno», al cual voy a dedicar un par de líneas.

    Contra la manida acusación de corporativismo que se nos arroja con frecuencia a los médicos, lo que de verdad existe es un panorama de diversidad e intereses contrapuestos que, no pocas veces, se sustancia en lo siguiente: maricón, el último. Hay una brecha enorme entre los que se hallan en distintas situaciones de interinidad y los que gozan de una plaza en propiedad.

    Los primeros, los pobres, bastante tienen con aguantar y que el tiempo corra y ya veremos. Jamás se me ocurriría exigirles nada, en primer lugar porque yo tampoco soy un héroe. En cambio, ¿qué miedo pueden albergar los «funcionarios»? ¿Qué terror a qué consecuencia pueden enarbolar, para justificar silencio, pasividad y agachamiento cobarde de la cerviz?

    De qué fuste moral estás hecho, en realidad, no lo sabes hasta que la vida te pone en guardia. Mientras todo va por sus cauces, previsibles y pacíficos, todos somos válidos. ¡Amigo! Es en el conflicto donde se acredita el valor. Ahí es donde la vida te larga un par de leñazos, para ver de qué coño estás hecho, si de chicle o de granito. Pues bien, hay quien disfruta soportando infamias y adoptando un prudentísimo refilón. A ése, yo le llamo «esclavo con derecho a cocina». Cómaselo con su pan.

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  5. Tengo ya muchos años. Tan demasiados que me «malicio» que ya se me acabarán más pronto que tarde los que madre natura pudo poner en mi inicial zurrón vital. Desde muy joven, vaya Ud. a saber porqué: ¿por idealismo juvenil?, ¿por quemar energías?, ¿por revelarme contra abusos «normados»?. ¿Quizá por ingenua solidaridad con los co-damnificados?. ¡¡¿O por gilipollas?!!. La cuestión es que desde bien «tiernecito» en que se inició mi ¿vida? laboral, la empeñé toda ella en promover, organizar, contribuir o símplemente sumarme, a cuantas acciones pude con la muy noble intención de que no triunfaran (o no siempre y en todo), los explotadores o déspotas «malos». Unas veces con algún éxito, y otras (quizá las más), con estrepitosos fracasos. Estas acciones, como era por otra parte ya contemplado al iniciarlas, chocaron siempre: primero con empleadores, «capataces de vara» y burócratas. Y a ringlón seguido y según las épocas, los encontronazos ¡y que encontronazos!, con los «picos», «maderos», «polispolíticos asociales», gobernadores «inciviles» y aun con algunos «candongos» civiles con cadenas y algunas insignias al servicio de los sectores sociales «de orden». Todo eso, ya lo dábamos por descontado. Pero descontadas esas piedras en el camino (y porrazos, torturas, detenciones, cárceles y despidos laborales),, ahora me adentro en el escrito del Sr. López Vega y sus melladuras de ánimo, tambaleos y, al menos tal parece, algunos derrumbes, Porque las anteriores circunstancias, fueron bien serias. Y sin embargo lo eran y son menos que SIEMPRE, en TODAS las NUMEROSÍSIMAS acciones de cualquier ÉPOCA e ÍNDOLE, se han producido situaciones y comportamientos entre los colectivos de DAMNIFICADOS de numerosos «AGAZAPAMIENTOS» acomodaticios, serviles o cobardes. No han sido infrecuentes las ocasiones en que a los que se pusieron (o nos pusimos) al frente de la pelea por los derechos o la dignidad de todos, les/nos partieron la cara mientras sus coleguillas de trabajo e intereses se escurrían por imaginarias alcantarillas para no ser visto,, dejando a la intemperie a los más consecuentes. Siendo para más INRI normal, que si el sacrificio de algunos obtenía alguna mejora, las «ratitas» se «unian» a las ventajillas del triunfo y eran los primeros que se apuntaban a exigir su porción del queso conquistado. Esas son, mi querido Dr. López, mis experiencias personales vividas en vivo y en directo, no producto de lecturas literarias más o menos magnificadas o trucadas (de truculencia). Se preguntará Ud. seguramente con toda razón: ¿y eso a cuento de qué me lo dice?, ¿qué coño tiene eso que ver conmigo?. Pues nada, amigo, seguramente tiene toda la razón en estos interrogantes.. Símplemente ha sido un impulso casi irrefrenable de contarle estas «batallitas» por si de algo le sirven para superar con «cum laude» el tambaleo anímico que confiesa le han producido las suyas. Porque modestia aparte y sin ánimo de colocarme plumajes de pavo real que a mis años ya no corresponden y nada de ellas obtendría, debo declarar y declaro que aquellos contratiempos de insolidaridad y cobardía no sólo no me «hundieron en la miseria» sino que, aun atendiendo a su reflexión de que nunca sabremos cual será nuestra actitud ante situaciones complicadas, estoy plenamente convencido que, ante situaciones iguales, adoptaría hoy las mismas determinaciones que en su momento adopté. Perdón por las «paridas varias» que les he esestado.

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    • Mis reflexiones no provienen de nada tan trágico, afortunadamente. Ya dice el refrán que no nos envíe Dios todos los desafíos que pudiésemos tolerar, porque el sufrimiento sería infinito. No. Mi peripecia tiene poco que ver con el heroísmo (afortunadamente, insisto).

      La cuestión tiene más que ver con una faceta de la psicología grupal. Yo formaba parte de un grupo muy cohesionado, en el cual yo era (soy) el más antiguo; además, de sus 8 miembros, yo tuve una participación directísima y una responsabilidad personalísima en la contratación de mis 7 compañeros. ¡OJO, QUE ESTO ES CRUCIAL! Jamás se me pasaría por la cabeza «exigir» lealtad, en ninguna de sus formas, que pudieran entenderse como sumisión, obediencia, agradecimiento, sometimiento, etc. De ninguna manera. Se les eligió porque eran (son) grandes profesionales y para que ejercieran (y ejerzan) su oficio con la máxima autonomía intelectual y operativa. Por supuesto, con la absoluta libertad de contradecirme y aun de mandarme a tomar por el culo, si es menester.

      Sin embargo, yo creía que existía «algo» por lo que merecía la pena rebelarse contra los ignaros. Un «algo» consistente precisamente en un grupo de gente selecta, ¡selecta!, entre otras cosas para defender su autonomía y personalidad. Para defender ni más ni menos los principios que les conformaron A ELLOS, y bien pudieran servir para continuar SU misma senda, en el futuro. Un «algo» consciente de su valor, y de su fuerza, y de eso que tan lisamente llamaríamos la dignidad.

      Lo creía, pero ya no. Ninguna acción era oportuna. Esto no, lo otro tampoco, aquello menos, lo de más acá ¡ni hablar! Una timidez increíble, rayana con lo timorato; una pasividad lamentable, rayana con la cobardía; un laissez faire ostensible, rayano con la indiferencia. ¿Por maldad? No. Sencillamente fueron elegidos como trabajadores excelentes en un entorno de suma afabilidad. Nunca se vieron sometidos al desafío de un enemigo brutal: ni veían al enemigo, ni tenían en su corazón el gen de la guerra.

      Visto todo en conjunto, servidor hizo lo que le tocaba (y lo volvería a hacer: el mastín nunca se cuestiona si debe rechazar el ataque lobuno). Los demás, a mi juicio, no. Pero ¡tan amigos! Queda de manifiesto que su camino es el de la paz (la paz de los cementerios); mi camino, en cambio, no pasa por contemporizar con los canallas ni reírle las gracias al tirano. Queda de manifiesto que se mantienen los lazos PERSONALES, con quien lo desee, pero declino cualquier reflexión COLECTIVA: cuando hubo ocasión, el grupo se hizo arena; no habrá lugar para ulterior ocasión.

      Lo escribió Quevedo, el más grande, en estos términos escalofriantes: «Pues amarga la verdad, quiero echarla de la boca, que si al alma su hiel toca, esconderla es necedad». Yo, modestamente, añado: «Mi hogar es campo neutro, que afanoso declina la admiración y reniega del desprecio».

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  6. Grandes y meritorias organizaciones sociales, obras arquitectónicas, literarias, artísticas o culturales en sentido amplio se destruyeron, se hicieron literalmente pedazos; muchas veces casi arena y bastante humo, pese a que simbolizaban la historia, la cultura y la idiosincrasia del colectivo que por causas parecidas arrasaron con ellas o guardaron silencio cómplice o cobarde ante su destrucción. Pero los colectivos siguen, en su contemporaneidad o sus relevos generacionales, y en algún momento las furias destructivas, intereses o cobardías de antaño, son superadas por la colectividad. Y entonces lo destruido se reconstruye, muchísimas veces con la misma dignidad que en su momento de esplendor tuvieron los originales arrasados. ¿Cómo puede explicarse esta aparente contradicción?. Pues creo sinceramente que porque entre los que toleraron con su indiferencia o cobardía las «masacres», siempre quedó alguno (incluso entre los actores activos, valga la redundancia) que, aunque vergonzántemente (y quizá alguno avergonzado), mantuvieron encendido el fuego de la regeneración, expandieron sus esperanzas, y al fin lograron influir en los giros necesarios para la reconstrucción. ¿Será irremediablemente imposible que incluso en el grupo desmerengado no surja algún «pegamento» de dignidad recuperada?. Pues por lo leído en relación con los «sucesos de Oncología» (y otros no menos estrepitosos) y los permanentes comportamientos despóticos, caciquiles e incompetentes de los actuales «mandamases», al «personal se lo están poniendo a huevo para incendiar «su chiringuito». Pero en todo caso y si así no fuera ¿merecerá el esfuerzo de seguir manteniendo una cierta cohesión, aunque debilitada, que facilite que las sucesivas incorporaciones encuentren un terreno más «sereno» en que les sea más factible organizarse en «pétreo grupo» de dignidad profesional y del servicio?. Yo también tengo serias dudas, pero ciertamente pienso que quizá merezca la pena intentarlo. Por otra parte es seguro o al menos yo lo creo sinceramente, que unas actitudes afables en lo personal y profesional con los agazapados (menos con el que directamente les encabezó para sacar tajada particular (según me parece haber entendido en sucesivos escritos), es la mejor terapia, la que más certera y rápidamente les desarma; bastante más que el desdén, pues les conduce más intensamente a la reflexión al no poder encasquillarse en auto justificaciones tan frecuente como artificialmente creadas ante le crítica ajena, por justificada que esta sea. Y puesto que un tercio o más de la vida hemos de estar diariamente uncidos a la misma carreta, ello sin duda nos repercutirá en nuestro propio confort vital. Y, llegado aquí, aseguro que no está en absoluto en mi ánimo dar consejos ni charlas morales, a la vez que exclamo: ¡¡JODER, QUÉ FÁCIL ES VER LOS TOROS DESDE LA BARRERA!!. ¡¡Y PEDIR AL ACTUANTE QUE SE ARRIME AL MORLACO!!. Vuelvo a pedir disculpas, y prometo no incidir más en este tema. Seguramente otros escritos propiciarán que retorne a dar opiniones que nadie me pide. Saludos, PEDRO .

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