Codicia nutricia

Domingo, 8 de mayo de 2016maxresdefault

En la biblioteca del Colegio Altamira -¡arqueológica infancia, que se desdibuja sin remedio!-, cayó en mis manos un cuento tradicional ruso, «El diablo y el mujik», que glosaba la calamidad de un mísero labriego deslomándose en un campo paupérrimo que, encima, no era suyo. Chisporroteando azufre se persona el diablo, que promete al campesino la propiedad de todas las tierras que, a la carrera, fuera capaz de atravesar. El desventurado echa a correr, primero hasta el altozano de sus amores, luego otro poco más, hasta una jugosa huerta; y luego, apenas otro pequeño esfuerzo, hasta la pradera que verdeaba en lontananza.

Parecía suficiente -el fuelle muy mermado-, pero el aliento del demonio lo incita a correr otra versta, solo una versta más, hasta aquel trigal que le aseguraría un granero por siempre repleto. Y luego podría animarse a recorrer otro trecho, hasta aquel viñedo que sería la herencia de sus hijos. Atravesó riberas, colinas y plantíos, echando el bofe, pero el diablo le susurra lo ventajoso de invertir otro poco de resuello, hasta un pozo cercano, donde su ganado abrevaría aun en la peor seca.

Y el nuevo hacendado siguió corriendo, ¡era su día!, y corrió más rápido, y corrió más lejos, para sentirse definitivamente a salvo del hambre, él y toda su estirpe. Y corrió hasta llegar exhausto -el corazón enloquecido, desobedientes las piernas- al remoto paraje donde lo aguardaba el demonio. Éste había cavado un hoyo y enseñó al mujik el montículo de tierra excavada y el incauto, viéndola tan esponjosa y fértil, la enfiló al trote, tambaleándose, pero cayó de bruces al hoyo que habría de ser su tumba, y el diablo lo sepultó, diciéndole: «Es toda la tierra que necesitas».

¡Ah, la codicia! Cruel enfermedad motivada por una sordera selectiva: la imposibilidad de oír y descifrar el adverbio «bastante». El codicioso nace con la tara de querer más, siempre más, o se hace a la costumbre de acaparar y atesorar más, siempre más, porque nada es bastante, nunca es bastante, y desea más, merece más, sufre por no poseer más y haría cualquier cosa por trincar más.

Es el Walter White de «Breaking bad», un químico brillante que sufre un cáncer y a continuación experimenta el picotazo letal de la codicia, y amasa un inmenso mazacote de dólares, al que acaba aferrándose como una lapa enfebrecida, perdidas toda dignidad y decencia. (Un pobre hombre que se transmuta en serpiente venenosa, reptando sobre un dinero sucio que jamás podrá gastar, no digamos disfrutar.) Es el inefable Mario Conde, un tipo inteligente -muy inteligente-, capaz de ganar dinero -mucho dinero- haciendo el bien por los suyos y la sociedad, que podría gozar todas las bonanzas de un cuento oriental; pero el tipo agarra y se obceca en robar y defraudar para agenciarse más, siempre más. (Y no lo hace una vez, acaso redimible, sino otra y otra vez, porque quiere más dinero, más poder, incluso más años de cárcel.)

No es la insatisfacción sufriente del artista, persiguiendo la huidiza armonía. No el suplicio paralizante de escupir otra pincelada o resobar sin fin la hermosa rugosidad de la piedra, antes de dar la obra por acabada y que resuene en otros corazones. Lo del codicioso es pura acumulación. Dinero, una montaña; lingotes, billetes a esgaya, un garaje de ferraris.

Imagino la horrible tensión de esas mentes, tan privilegiadas como torturadas, por no recibir el consuelo del «bastante». Un simple adverbio, una palabreja banal, pero que encierra la recompensa y la paz. El codicioso no duerme contando monedas, se lacera cavando zanjas para ocultar los fajos, se desarbola vigilando que no le roben y se desgañita con abogados chungos, maquinando cómo enchufar/desenchufar los euros en Gibraltar, Jersey, Panamá, Bermudas o Macao, y vuelta a empezar. El tipo mediosano obtiene bastante por sus capacidades y posee lo bastante para disfrutar de la vida; de hecho, tiene más que bastante con admirar a Hopper o leer a Jesús Carrasco. Adornarse con alharacas de ricachón, siempre en pos del «más», podría granjearle una angina de pecho, cosa francamente indeseable.

Con todo, hay algo en nuestra fiscalidad que promueve la codicia y pellizca al codicioso: la progresividad. Servidor diría que los impuestos deben ser suficientes y justo-equitativos, pero no acaba de ver por qué han de ser «progresivos», máxime si de rondón se les endilga el marchamo de «progresistas». Me figuro 3 personas con distintos ingresos brutos anuales (pongamos 60.000, 120.000 y 2 millones de euros cada uno) y me figuro un «impuesto de conciencia progresiva», con tipos del 30, el 45 y el 60%, respectivamente. El primer sujeto pagará a Hacienda 18.000 euros, el segundo 54.000 ¡y el tercero 1,2 millones! Póngase usted en sus pellejos respectivos y cuénteme si no le hace cosquillas el virus de la codicia. Codicia del Fisco (y de los bobos que lo jalean), pues es justo que el favorecido pague más cantidad, pero no necesariamente más porcentaje. Nótese que si al afortunado que ingresa 2 millones de euros le detraen un “exiguo” 10%, el individuo aún pagaría 200.000 euros, que cualquiera sensato juzgará “bastante”, pues él solo más que triplica lo que aflojan los otros 2 paganinis juntos. Insistiendo en trincarle el 60%, por cosa de la “progresividad”, se corre un riesgo más que riesgo de fomentar que el susodicho emprenda un periplo infartoso por Panamá, Barbados, Singapur y las Islas Putas, digo Vírgenes.

 

11 comentarios en “Codicia nutricia

  1. Cuánta razón tienes, mi apreciado José Manuel. Nunca es suficiente, dicen que los Kirchner se calcula que desviaron durante su mandato 120 mil millones de dólares. Para qué tanto, nunca lo he entendido, igual porque nunca he tenido la oportunidad. Lo que sí suelo pensar ante tanta avaricia, es anda que si se pudiera comprar la inmortalidad con dinero, eh? La paz sea con vos!

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    • Hace poco escribías del ruido, de esa acuciante pitanga y vozarranga que ahoga toda reflexión medianamente serena y solvente. Pues bien, yo lo veo como un síntoma de la enfermedad propia y definitoria de la «modernidad», que es la prisa. Vamos a toda hostia a todas partes, sin saber a dónde ni para qué, pero a toda hostia, empujando y chiflando.

      Sospecho que el dinero se ha transmutado en la medida de todas las cosas, también por prisa (y pereza). No se disfruta de un paseo por los Campos Elíseos, sino que se echa en falta poseer un piso glorioso con una balconada estupefaciente en la mismísima… No se disfruta de un Goya profundo, acaso hiriente, sino que se pregunta cuánto vale y se lamenta no disponer de pasta para la subasta de Christie’s o alguna pijada semejante.

      Ciertos chorizos ni siquiera roban para vivir «mejor» o para influir «más». Roban y roban y siguen robando (y seguirán haciéndolo) por el puro y simple robar, por el malsano y mecanístico placer de acumular. Ni en siete vidas podrían gastarlo, ni ellos ni sus descendientes directos, pero roban. Ni instalando grifos de oro (que ya hay que ser mendrugo), ni adquiriendo setenta y dos relojes de marca superior (que ya hay que ser mendrugo), ni manteniendo doce mansiones y un jet privado y el yate más largo de Europa (que ya hay que ser mendrugo). ¿Por qué? Algo tendrán jodido en los sesos, pero eso me importa menos que la falta de reproche: ni Dios les afea la conducta. En el fondo, los codiciosos prosperan porque están rodeados de sandios y cobardes.

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      • Estamos rodeados de golfos y oportunistas, la misma gentuza infame que sin distinción de tiempos y nombres medra atornillada a nuestra historia desde hace siglos en este lugar desgraciado que a tí y a mí nos arrojó el destino.

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  2. Que las progresividades debieran pasar por el filtro del sentido común para no ser disuasorias para con el espíritu emprendedor, parece de cierta lógica; la misma que debería emplearse para no gastar la vida en acumular lo que, sobrepasado un límite lo alto que se quiera, sólo producirá que quebraderos de cabeza. No obstante, ya decía alguien que el sentido común es el menos común de los sentidos y así nos va, desde el ambicioso al que bastante tiene con guardar para la hipoteca.

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  3. La propia codicia les impide ver más allá de su materialismo. En lo verdaderamente importante todos estamos a la intemperie, nuestros miedos, al desamor, la enfermedad, la muerte y esto no lo compensa nada material. Un saludo

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    • Gustavo habla de ese límite a partir del cual ya no tiene sentido acumular más. ¿Dónde se halla? ¿Dónde acaba el disfrute y empieza el sufrimiento? Walter White no supo encontrarlo y se adentró en las aguas negras de un negro corazón que no siquiera sabía que tenía.

      Alejandro subraya que hay bienes, felicidades y grandezas que se sitúan en un plano distinto del dinero. Sospecho que eso era antes; ahora el dinero lo mide todo y todo lo justifica. Las mayores felonías, la máxima indignidad, adquieren un barniz de respetabilidad cuando se revisten de dinero.

      No soy optimista. Temo que la codicia se ha apoderado hasta de lo que antaño eran frenos morales. Y los ha gripado.

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  4. No se conocen colectivos o grupos de gentes que ganen 1.500€ al mes o cantidades similares como fruto de su trabajo, que se hayan confabulado para asesinar y despojar a otro u otros, individuos o colectivos, al objeto de aumentar sus «fortunas». Todos conocemos (y que nadie me hable de demagogia), a poderosísimos y riquísimos grupos financieros, industriales o comerciales, a quienes no les ha temblado el pulso al «estimular» (mejor sería decir ordenar) a «sus» gobiernos y ejércitos a practicar invasiones de países soberanos y masacres entre los pueblos de los mismos (sin distinción de militares, civiles, mujeres, niños o ancianos), al sólo objeto de aumentar su ya desaforado poder e incomensurables fortunas. Casi siempre en «defensa» de unas patrias en las que no creen, y unas «libertades» en las que se ciscan dentro de sus propios países, y en los que ocupan y avasallan. PEDRO.

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    • Ciertamente los ricachos suelen proceder de la codicia y a la codicia se entregan, sin pararse en barras ni otras mandangas. Sin embargo, la codicia no vicio privativo de ellos. Es el motor de los timos viejos (la estampita, el tocomocho), es el motor de los timos nuevos (el círculo filatélico, las preferentes), y en esos timos no suelen caer los ricachos, sino los menesterosos. Es el motor del ladronzuelo que roba a sus compañeros en las taquillas de la fábrica, el del tendero que estafa a sus clientas. Y lo malo no es la codicia -que tan extendida parece- sino la falta de reproche y castigo del codicioso, cuando satisface sus afanes a costa de los demás.

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  5. En los «tocomochos preferenciales», los menesterosos no son los aprovechatiguis, sino las víctimas. Todas esas operaciones suelen llevar el marchamo de la decente legalidad y el respaldo de organismos de respeto. En cuanto a los raterillos del «trile», la estampita, las taquillas fabriles o las tiendecillas de barrio, no creo les guíe la codicia en su más pura acepción; más creo que, en la mayoría de los casos, les impulsa un cierto sentido primario de supervivencia o vivencia con menos angustias de las que arrastran en sus arrastradas vidas. En lo que coincido plenamente es en la falta de reproche social a los estafadores a la comunidad. Tal parece que se les admira o envidia, pues resulta descorazonador comprobar que en términos electorales, por ejemplo, el número de votos cosechados por los ladrones a la comunidad votante, es directamente proporcional a la cuantía de los robos perpetrados. De castigo adecuado, ¡que ingenuidad!: entre ladrones, perdón, entre bomberos, no se pisan la manguera. Hoy por ti, mañana por mi. Ya los corruptos se purifican bañándose en el torrente de acusaciones mutuas en el Ganges de las campañas electorales, que con su cansino relato de tropelías compartidas no sólo no propician el asco y rechazo de los estafados, sino una neutralizante anestesia y instalación en las mentes de «normalidad» en dichas actividades. Sólo en tiempos de vacas flacas «el personal» se pone un poquito nervioso por los contrastes entre «su suerte» y la de sus depredadores, pero eso se calma pronto con bombardeos de alborozadas noticias de una inminente salida de la crisis y un futuro de vino y rosas para todos. No descarto los efectos del casi inevitable derrotismo e impotencia (individual) ante alarde de poderío mediático. Por que esta es otra: TODOS LOS MEDIOS CONSPIRAN PARA ESTIMULAR EL MÁS FEROZ INDIVIDUALISMO. Y cualquier intento de colectivizar la salida del túnel, ES ANATEMA. PEDRO

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    • En los años gloriosos de Jesús Gil en Marbella, ¿nadie se percataba de sus tropelías? ¿Nadie -no ya funcionarios, policías, jueces, interventores, etc-, sino vecinos del común? Es fácil decir que la pobre gente, que el ciudadano sojuzgado, que Perico el de los palotes… Sin embargo, yo creo que era un régimen clientelar, porque todo Dios sacaba tajada (o lo creía), y el motor era la codicia. Que la tenía Gil, por supuesto, pero no era el único. De modo que gente con un pequeño predio se hizo millonaria, mirando para otro lado y poniendo la mano en plan egipcio. Y votando al que mandaba, claro está.

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  6. ¡¡¡¡Y VOTANDO AL QUE MANDABA!!!!. ¡¡¡¡Y MANDA!!!!, Que siempre es, son, los MISMOS. He aquí la cuestión. ¿Ignoramos el MAGMA INFORMATIVO E INFORMÁTICO, AUDITIVO, VISUAL Y HASTA OLFATIVO que envuelve a la «pobre gente» por tierra, mar y aire hasta aturdirla?. ¿Hacemos como que no vemos la agobiante, asfixiante y siniestra atmósfera de amenazas, riesgos y anuncios de fieros males bíblicos, definidos o difusos, «fabricada» para acojonar «al personal»?. Oiga, y los riesgos no siempre son azarosos o etéreos. En cientos, miles de casos, tienen una materialización inmediata y fulminante. Desdichadamente, el caciquismo no es un recuerdo del pasado; el derecho de pernada aún está en vigor (y con las crisis prefabricadas más), aunque revista formas menos arriscadas, más refinadas. Por favor, no me responda, Doctor López, que también Ud. está sometido a las mismas «miasmas» y aquelarres y que ello no le perturba el juicio. No diría mucho en su favor un argumento así. No en balde «los que mandan» siempre tienen grandes recursos empleados en todos los Medios ¿informativos? de «acoso y derribo». No es por altruismo, se lo juro. Saludos, PEDRO

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