Huelga y juerga

Domingo, 20 de noviembre de 2016

deberes-nino

Corría julio y el periodista Raúl Gómez Samperio resucitaba a Johann Trollmann, gitano de Hannover y boxeador consumado. En 1933 -la tribuna llena de nazis- combatió por el título nacional de los semipesados con un mazacote ario, al que destrozó con ágil juego de piernas. Despechada, la superioridad lo obligó a boxear sin moverse del centro del ring. Y el gitano se personó embadurnado de harina y teñido de rubio, y aguantó inmóvil para que lo derribasen a hostias. Acabó en un campo donde solo le daban de comer si se dejaba noquear, hasta que en 1944 sacó el remo, tumbó al “contrincante” y lo mataron a palos.

Para mí que los padres de Trollmann nunca hicieron huelga porque al niño le ponían muchos exámenes y demasiados deberes.

Ahora hay una estirpe de papimamis que prefieren vástagos no con aquél temperamento, sino con una mezcla insensata de flojera, inconstancia y vivaelvino que no presagia nada bueno. Es una nueva generación de supuestos adultos que montan una parranda ochenta-pancartera para exigir (ahí es nada) que sus hijos no sufran penas, esfuerzos, reválidas ni frustraciones.

Se amparan en la doctrina mema de la “comunidad educativa”. Una asamblea perfumada con velas de sándalo, donde confabulan con bedeles y profes para libar rica miel y multiplicar los peces. ¡No, hombre, no! Los padres desean que sus hijos aprueben, naturalmente, pero los docentes son garantes de que aprendan. Es absurdo hacer del aprobado un trámite, dando por hecho que el rapaz “progresa adecuadamente”. Es absurdo y contrario a toda noción de justicia social.

Dicen que Adenauer soltó la obviedad de que todos vivimos bajo el mismo cielo, pero no tenemos los mismos horizontes. Pues bien, al estudiante le toca trabajar, que para eso “cobra”, y luego le toca demostrar que merece algo más que un suspenso. ¿Demostrarlo en el amoroso entorno familiar? No, señor: demostrarlo en pruebas externas.

Pruebas, sí. Pruebas que reflejen su realidad académica, lo que ha aprendido, lo que sabe hacer, lo que podría aportar a la sociedad. Se examina él –sujeto individual- para dejar constancia de cuán despejado tiene el coco. De rebote, más allá del alumno concreto, algo dirán las pruebas de cuán eficientes son los docentes y todo el cotarro. (De rebote, pero tampoco sobra, pues el cotarro tiene su miga.) Hay que manejar números, oiga, números como la tasa de aprobados. En la Selectividad de Cantabria, en junio de 2016, alcanzó el 93%; ante cifra tan brutal y aterradora, naturalmente, van y la suprimen. Por la ley física de la conservación de la energía, naturalmente, el alumno invertirá su energía en cosas más gustosas.

Para que no se diga, servidor es padre y docente profesional. Dos cosas a la vez, pero cada cosa en su lugar: ni enseño a mis hijos, ni a sus maestros les enchufo mi paternidad. Seré un dejao, pero jamás se me ocurrió afearles sus planes didácticos. ¿Estuve de acuerdo siempre? No, claro, pero no me asiste el “derecho” de socavar su labor. Sencillamente no es asunto de mi incumbencia. ¿Qué me dice usted? Pues se lo digo y se lo explico.

Una tristísima canción de Bruce Springsteen, “The river”, deplora un lugar donde educan a los niños para hacer lo mismo que sus padres. La canción nos dice, en el fondo, para qué sirve un “sistema educativo”: se monta (y lo financias) para que tus hijos sean mejores que tú. Mejores no significa más felices (ojalá), sino más sabios, más capaces, más cultivados y profundos. Que entiendan un Francis Bacon, si tú no pasaste de Sorolla; que aprendan solfeo, aunque tú no sepas ni soplar la zambomba.

Para que tus hijos piensen y actúen como tú, alma de cántaro, los dejas en casa y que Dios reparta suerte. Pero si aspiras a que sean mejores que tú, entonces dejas que la escuela les enseñe lo que tú no sabes y dejas en paz a sus maestros, so mendrugo.

Fuera de nuestro oficio, la mayoría no sabemos nada, apenas unas vaguedades que cualquier documental deja en pañales. Veo “Secretos del Universo”, con la voz de Morgan Freeman, veo “¿Cómo lo hacen?”, con sus fresadoras turboláser y circuitos nanoquiméricos, y me doy de bruces con mi terca realidad. Una ignorancia abismal y abisal. Los papimamis, en cambio, van sobrados de metodología docente e incurren en el ridículo de instigar una huelga contra los deberes. Cuarentones pagafantas al quite de adolescentes boquiabiertos.

Olvidan, ladinamente, que los deberes son tarea/herramienta voluntaria: sus hijos son libres de no hacerlos, bien entendido que la hipótesis del suspenso toma fuerza ante la del sobresaliente. Olvidan, los pobres, que lanzan a sus hijos el mensaje canalla de que todo vale. Que basta cualquier milonga, incluso planear en vuelo rasante, porque menudo esfuerzo.

El pasado 26 de octubre, a mis 53 años, impartía yo una conferencia en Madrid. Una de ésas –la vida es dura- que conllevan intríngulis de cierto empaque. Así que la tarde del 25, entre las 16 y las 21, tuve que hincar los putos codos en la puta mesa, cinco horas seguidas, y digo hincar, como no me exigió ni la Selectividad. ¿Qué hacían mis hijos mientras yo me achicharraba pestañas y neuronas? Andarían aprovechando, digo yo, la jugosa beca “López y Matabuena”, pero ya lo juzgarán sus exámenes. Sin monsergas estructuralistas ni feapas haciendo el tarín.

16 comentarios en “Huelga y juerga

  1. Totalmente de acuerdo. Se está imponiendo entre un cierto colectivo de papimamis la idea de que dejar hacer, mimitos y blandenguerías, es lo que hará felices a sus hijuelos/as, y de disciplina o aumentar la tolerancia a las inevitables frustraciones de la vida, ni flores. Por lo demás, esa actitud es a día de hoy extensiva a otras áreas; se diría que el esfuerzo es cosa de inútiles o descerebrados, y cuando los educados entre pañales adviertan que las cosas no van por ahí, tal vez sea tarde y sufran las consecuencias. Pero sin deberes. Sólo derechos.

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    • Michael Corleone dijo que «ardería en el infierno por proteger a su hija de cualquier daño». Pues no lo consiguió: en queriendo matarlo a él, un asesino disfrazado de cura le disparó a ella en el corazón.

      Sin tanto dramatismo, afortunadamente, algo así nos acongoja a todos los padres. La angustia-certeza de que nuestros hijos van a sufrir, van a llorar, van a sentir el mordisco brutal de la frustración. Pero ¡qué alegría constatar que se levantan y tiran p’alante!

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  2. Ya es hora que algunos veamos que sin esfuerzo estos chavales van directos al fracaso. Es una pena que sus papaitos no lo vean asi. Recuerdo un comentario suyo sobre el tema de que el dia que los padres entraron en los colegios los profesores habìamos perdido la guerra. En aquel momento me sonò un poco fuerte. Hoy debo darle la razòn. Lo malo es que las vìctimas de esta guerra no podràn recuperar el tiempo perdido.

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    • Hay padres encarcelados por maltratar gravísimamente a sus hijuelos, otros los abandonan encerrados en un coche bajo la canícula sevillana. ¿Cómo es esto? Pues porque no existe un carnet de padre que acredite algo así como la «solvencia progenitora».

      Otros padres, en cambio, son amantísimas personas que prodigan a sus vástagos toda clase de atenciones, cariños, cuidados, besuqueos, cucamonas y amoríos. Deberían imponerles la Medalla al Mérito Progenitor.

      Pues bien, ¿por qué razón los unos -y los otros- han de saber algo de cómo organizar el sistema educativo? Como es lógico, no tienen ni puñetera idea, o no más que unas vagas nociones que han oído no saben dónde, como campanas siberianas.

      Yo no sirvo (en absoluto) para dirigir una central nuclear. Ni siquiera entiendo bien lo de E=mc2. Pues lo mismo con una escuela o un instituto. Sencillamente, mi reino no es de ese mundo.

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  3. La verdad es que ya llevamos varias décadas con este tipo de padres en incremento exponencial y los que hemos tenido claro cual era el «oficio» de nuestros hijos durante su época de «estudiantes», en mi caso con la la «beca Fernández y Pérez», quizá no nos hemos dado cuenta de que, cada vez más, somos la excepción. El artículo me ha recordado algunas premisas que siempre he transmitido a mis hijos, como: «no se estudia para aprobar, se estudia para aprender», «el gran secreto de la vida no es hacer siempre lo que a uno le guste sino hacer que a uno le guste lo que tiene que hacer», «el esfuerzo, antes o después, siempre tiene recompensa», «la culpa de tus fracasos debes empezar a buscarla en ti mismo», «cada uno recoge lo que siembra», etc, etc,… Luego dirán que en España, en cuanto a la educación, tenemos que ser como los finlandeses y…seguro, seguro, que casi ninguno de los que lo digan tendrá conocimiento de causa del asunto, pues, entre otras causas, en Finlandia al «maestro» se le considera como el oficio más venerable. ¡Ojala nuestra sociedad despierte a tiempo y se deje de tanta demagogia y tanto panfleto, y de una vez por todas se pongan de acuerdo todos los implicados en la educación de nuestros hijos, o mejor dicho, en la instrucción de nuestros hijos, porque de la EDUCACIÓN, sí con mayúsculas, de la EDUCACIÓN sólo somos responsables los padres! Y el que no sepa ser padre, al menos que sea responsable y que se instruya, porque a ser padre también se puede aprender. Lo que sobran son ejemplos a seguir.

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    • Por desgracia, «ese tipo de padres» somos TODOS. En uno u otro campo, inevitablemente, el «ideal democrático» se ha transformado en una dictadura de la mediocridad. La demagogia ha consagrado la estupidez de que «todas las opiniones son respetables».

      Quizá peor, se ha extendido el grueso error de que todo es un «derecho». Hoy mismo salta el caso de una chicuela a la que su profesor quita el móvil, por usarlo extemporáneamente en medio de la clase. ¿Qué hace ella? Arrojarle una computadora portátil a la cara.

      Naturalmente, tiene «derecho» a usar sus artilugios como mejor le plazca. ¡Ay de aquél que no «respete» su «derecho»!

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  4. Yo no he sido docente. Sólo estudiante en su momento, y padre cuando el momento llegó. Desde esta modesta posición coincido al 100% de todo lo que hasta hoy se ha publicado en esta página. Sospecho que en días próximos, los modernos y activos papi/mamis lanzarán alguna salva de disparos graneados contra los que, en su «progresista» visión de lo didácticamente correcto, pretendemos sojuzgar, atentar contra su libre albedrío y tiranizar a nuestros retoños. Únicamente osaré exponer unas no gratuitas observaciones. En mi época de estudiante, bien lejana ya, me topé con profesores que sin duda creyendo que su asignatura era única y centro del Universo, nos endilgaba tal cantidad de tareas diarias que bastaban por si solas para absorber todo el tiempo de dos laboriosos alumnos, mismo que el día constara de 28 ó 30 horas. Ello, por supuesto, no impedía que el resto de los profesores, como es normal y era su derecho, también pusieran a su vez las tareas correspondientes a sus respectiva materias. Y aunque estas últimas fueran consideradas una a una razonables, el resultado final era un tal agolpamiento súbito y simultáneo de tareas, temas, conceptos, y diversidades, que aun trabajando como un auténtico «stajanovista» era materialmente imposible cubrir las encomiendas. Modestias aparte, yo dedique mi adolescencia y juventud a intentarlo sin escatimar horas de «hincar los codos» o robar horas al sueño, y creo que escasas veces alcancé plena y satisfactoriamente la cima de la montaña de deberes. Pasados los años, sospecho que aquello hubiera sido más fructífero si, haciendo incluso las mismas tareas, estas hubieran estado mejor dosificadas en la cuantía y escalonadas en el tiempo. Alcancé a ser uno de los pocos supervivientes finales de la promoción y a ocupar uno de los tres primeros puestos de la clasificación final. Como profesional posterior, todos cuanto han seguido mi trayectoria la califican de altamente competente, e incluso brillante. Por mi parte, sigo convencido que en lo profesional (lo remarco), aunque haya sido muy bueno como dicen «las malas lenguas», hubiera sido mucho mejor sin el abotagamiento mental que inexorablementel y sin duda provocó el «amontonamiento» de tareas, poco propicio a la profundización sosegada de las materias. Pero en mi concreto caso, que supongo no será el único, hay algunas derivadas que estimo no deben desdeñarse cuando de formar nuevos ciudadanos se trata. Como dejo dicho, en mi adolescencia y juventud hube de dedicarme TOTALMENTE a sacar adelante las tareas extra escolares de los diversos niveles a que accedí, fueran días lectivos, sábados, domingos, fiestas, y hasta los días de las celebraciones patronales o sociales de la ciudad, pueblo, o barrio. ¿Consecuencias?. Jamás aprendí a bailar, alternar con los muchachos Y MUCHACHAS de mi edad, jugar en grupo a los juegos que eran habituales en las distintas etapas de la vida y épocas del año, acudir a romerías o festejos, cine, teatro o conciertos, siquiera fueran estos los que públicamente daba la Banda Municipal. ¿Consecuencias de las consecuencias?. Dificultades posteriores de relación en la edad adulta para la inserción en grupos de amigos coetáneos para actividades lúdicas de juegos o alternes, para contactar con chicas para unos «bailongos» que ignoraba porque nunca tuve oportunidad de practicarlos, o unas relaciones de amistad o noviazgo (que era lo que entonces se llevaba), para las que igualmente jamás tuve oportunidad de «normalizar» o si se prefiere «entrenar», en la etapa adolescente/juvenil. Todo ese periodo de aprendizaje para «la vida» quedó neutralizado, o mejor dicho obturado, por la dedicación exclusiva de un estudiante que, repito modestia aparte, siempre fue clasificado con gran capacidad de trabajo y comprensión de las materias objeto de estudio. De ahí que termine, desde la total coincidencia con el Doctor y las primeras reacciones aparecidas, proponiendo que sin menoscabo de la exigencia de trabajo extra escolar, los diversos claustros de profesores, sin renunciar ninguno de ellos a desarrollar su programa, hagan algo que si está en su mano: COORDINAR LOS RITMOS TEMPORALES, EXTENSIVOS, CALENDARIOS Y PAUTAS,de tal forma que no se produzcan o lo sea en muy contadas ocasiones quizá inevitables, «amontonamientos aturullantes» que emboten la capacidad de asimilación o hipotequen el desarrollo vital del futuro adulto. Saludos, PEDRO

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    • Tocas un punto esencial: la capacitación didáctica y la profesionalidad del cuerpo docente. Por desgracia, no están ni garantizadas (al 100%), ni suficientemente exigidas ni fomentadas.

      Pero tocas otro a mi juicio más interesante desde el punto de vista antropológico: ¿qué consecuencias tienen las cosas o, mejor, lo que sucede es siempre consecuencia de algo? Los taoístas dicen que nada ocurre por casualidad, y será cierto, pero no me resulta fácil seguir la «cadena».

      Uno de mis MAESTROS, Don Agustín, sostenía «como los Romanos», que la educación de un niño no estaba completa hasta que no sabía bailar y cantar en público. Visto así, yo soy un educando demediado, porque canto en público, sí, pero antes de bailar me dejo arrancar el pellejo.

      Obviamente no puedo culpar a los deberes escolares. La cosa es más simple. Yo canto no del todo mal (incluso me ofrecieron cantar en una iglesia, pero ésa es otra historia). Sin embargo, de crío era un gordinflas y esto suscitó un sentimiento de profunda vergüenza y minusvalía física. ¿Bailar, para hacer más el ridículo? Ni entonces, ni ahora.

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  5. De acuerdo. Pero aunque Ud. parece haber focalizado mis limitaciones derivadas en la imposibilidad del «bailongo», si sigue mi guión vital verá que no fue esta mi más trascendente limitación (por cierto, cantaba bastante bien, pero sin marco para hacerlo como se verá). Lo fueron mis «cortes» a la hora de establecer comunicación con el entorno vital/social que a mi edad correspondía. ¿Consecuencia de las consecuencias?. Cierto aislamiento de mis coetáneos masculinos, pues eran muchas mis carencias en cuanto a lo que socialmente «se llevaba» en cuanto a desenvoltura, campechanismo, cierta «jeta» en las actuaciones de todo tipo etc.. Rechazo de «mozas fermosas» por mis limitaciones «bailongueras» , de diálogo con el otro sexo, de psicología femenina, etc. (Añada Ud. la que su condición de médico le permita intuir.). Boda no se si oportuna u oportunista, con lo que desde mis limitaciones «se puso a tiro». Divorcio muchos años después (en aquella época eso estuvo vedado siempre), sin saber porqué ni por parte de ella ni por la mía. Le parecerá a Ud. excesivo que yo cargue todo esto en el haber de la saturación abusiva de deberes extra escolares, pero yo, que nunca eludí el esfuerzo que hube de hacer y siendo un individuo totalmente «normal» (si alguno lo somos), después de muchos años de análisis retrospectivo de mi propia vida, no encuentro otra explicación más plausible. ¡Sin ánimo justificativo ni victimista!. Las cosas fueron como fueron, y aquí estoy encantado de haberme conocido. Sólo que esa experiencia vital, me impele a pedir a los MAESTROS que, respetando la exclusividad de sus competencias formativas, sin hacer dejación ni desvalorización de sus programas, en sus claustros de profesores dediquen un espacio para acordar entre ellos y sin extrañas interferencias, la forma de escalonar y dosificar en el tiempo lo que estimen irrenunciable. NADA MÁS, Y NADA MENOS. Creo que la formación no puede ser SÓLO para aprender técnicas, sino también para aprender simplemente a vivir y relacionarse. Y las tareas «stajanivistas», aíslan. Saludos, PEDRO

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    • Lo entiendo: lo del cante/baile era apenas un síntoma de algo más profundo. Ya puestos, voy a hacerte un par de confidencias.

      Una, que yo solo envidio (pero de verdad, no de la que se describe como «sana») a los que saben tocar un instrumento. Hice los estudios «normales», dicen que con brillantez, y hoy daría algo gordo por la cosa de la música. Lo demás, pché, se me hace banal.

      Dos, mi increíble ignorancia de todo lo que en el fondo me parece «interesante». Me gustan las plantas -las setas- y no tengo ni puñetera idea. Me gusta la geología y no tengo más que unas vagas nociones. ¡Coño!, tantos años estudiando chorradas y ahora las veo como eso, chorradas.

      Lo cual que algo anda errado en la educación. Metemos una pila de horas (por ejemplo, en matemáticas) y el resultado está poco equilibrado y se diría erróneo. Por desgracia, si el asunto de la reencarnación no es cierto, si no hay otra vida que permita subsanar las meteduras de pata de ésta, temo que hay que apechugar con las consecuencias de las consecuencias.

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  6. Yo nunca canté en público, porque aunque modestamente creo que tenía buena voz con muchos registros y buen oído, me cortaba hacerlo. Nunca o casi nunca bailé, simplemente porque no tenía ni tengo puta idea. Me hubiera gustado tocar violín, piano, guitarra y batería, por este órden, y también envidié a algunos colegas que tocaban alguno de ellos. Siempre por virtud de padres o madres más o menos profesionales que instruían a sus retoños en esas disciplinas Porque la formación que se impartía/imponía era unidireccional, orientada a la producción,(fabricar cosas), triquiñuelas financieras, o leguleyismos jurídicos instrumentales orientado todo el diverso «paquete formativo» a facilitar la acumulación de dineros, sacando la mayor «productividad» con la mayor «legalidad» ¡¡¡¡ de los que acabados los estudios y muchas veces antes de acabarlos, nos incorporaban a sus «cuadras» de «homus/mulus/productibus». Corbata/bata/mono biceps/cachas. No estaban dispuestos, ni creo que lo están ahora, a permitir «frivolidades poéticas», ¿Toca padecer las consecuencias de las consecuencias sin demasiados «lamentíos»?. ¡Coño; al la fuerza ahorcan!. Porque de reencarnaciones, para mi que no.

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  7. Coincido en todo lo comentado, pero además creo que en este caso muchos padres se quejan de los deberes porque a ellos mismos les supone un esfuerzo, un sacrificio de su tiempo libre.
    El que sus hijos tengan deberes puede implicar en algunos casos estar ayudando al niño o simplemente estar en casa en lugar de irse de viaje, al cine o a una cafetería.

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    • Pedro ha comentado algo al respecto, muy atinado, en la línea de que profesores y padres tienen tareas distintas, pero no necesariamente divergentes ni contrapuestas.

      Yo voy a subrayar otra perversión de ciertos padres: la tendencia a hacer ELLOS los deberes; el que dibuja bien, le hace los dibujos técnicos al chaval, el que sabe Gramática, los análisis sintácticos, y el que entiende de Física, le resuelve los problemas. Ignoro si es el prurito de que el chaval no sufra, o bien dejar constancia de que «hay nivel», o quizá una mala conciencia si el chico va sin los deberes (bien) hechos.

      Todas ellas son actitudes inapropiadas. Suena duro, ya lo sé, pero el padre YA estudió lo que le tocaba y SÍ, a la sociedad le consta que es un trabajador COMPETENTE. Pero no es eso lo que se dilucida, ni siquiera importa si es un «buen» padre o un «pasota».

      Lo que se dilucida es la constancia, la comprensión, la disciplina académica, etc, del ESTUDIANTE. Él tiene que buscar las palabras en el diccionario; él tiene que componer sus propias soluciones, y fallar si es el caso, y que el profesor le corrija lo que sea menester. Él tiene que asumir SU tarea, y acreditar cuánto la domina o cuánto no; él tiene que decidir si hace los deberes o no, y cuáles deja sin hacer o no. ¿Es duro? Claro, pero más duro es trabajar a los 7 años, como hacen los niños del altiplano boliviano.

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  8. Los maestros/profesores, en su Centro de labor profesional y enseñanza, tienen su cometido, su trabajo y su jornada laboral en las horas lectivas del Centro correspondiente. Y en sus domicilios, tras la jornada laboral «in situ», tienen que gastar algunas horas de SU «tiempo libre», para preparar clases y correcciones,
    que supongo también les restarán posibilidades de irse a un cine, una cafetería, o algún viaje corto por su región, porque si como los papis/mamis trabajan, tampoco parece puedan permitirse hacer grandes viajes.

    Los padres, por su parte, se supone que además de alimentarles, vestirles, proporcionarles cama y darles aguinaldos/paga a los retoños que trajeron al mundo, algún tiempo complementario deberán dedicarles de sus propias horas no «lectivo/laborales».

    Puede que no deba ser a ENSEÑARLES que eso lo delegaron legítima y prudentemente en los técnicos /profes, pero si a EDUCARLES; que esa si que es su principal responsabilidad indelegable., En orientarles sobre cómo organizar su tiempo para hacer los deberes, no a hacérselos más allá que aclararles algunas dudas si lo precisaran y estuviera a su alcance resolvérselas, coordinár las tareas escolares con el tiempo de juegos, aseos, colaboraciones hogareñas, horas de sueño, etc. Sintetizando: EDUCACIÓN para la vida y sus «mariachis».

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