La pregunta que al final decide

Lunes, 30 de abril de 2018

Sin título

No hay discusión sobre la eutanasia donde no surjan los ‘medios extraordinarios’, aunque hablando de tecnología médica, el adjetivo ‘extraordinario’ sea una sandez. Así como las novelas de ciencia-ficción están llenas de artilugios fantástico/milagrosos (la máquina del tiempo, un robot perverso), la tecnología sanitaria simplemente existe o no existe. Si existe, habrá pocos aparatos, serán carísimos o difíciles de manejar, pero se usarán -ya lo creo- cada vez más y con más soltura.

No hay congreso médico donde no salga a colación la ‘limitación del esfuerzo terapéutico’. Para mayor claridad y menos cursilería, traduzca usted esfuerzo por tecnología. ¿Dónde está el límite, si es que lo hay, para aplicar tecnología médica? Veremos que, en el fondo, se trata de responder a una pregunta más directa: ‘¿Para qué?’

Como todo organismo complejo del planeta Tierra, un ser humano exige un flujo incesante del preciado gas llamado oxígeno. Si el enfermo no lo respira por sí mismo, lo enchufamos al respirador y vadeamos la espantosa angustia. El respirador, una máquina que no tiene nada de extraordinario: hay decenas en cualquier hospital de medio pelo. Enchufarlo es una pijada, la cuestión gorda es ¿para qué?

Como todo bicho complejo, el humano necesita sangre circulante. Para ir tirando, sabemos fabricar una mezcla, aproximada pero competente, así que canalizamos una vena y ¡allá va! Suero, glóbulos rojos, plaquetas, proteínas de la coagulación… lo que sea menester, en cantidades industriales. ¿Que la patata haraganea y deja de bombear? Pues hasta el corazón artificial tenemos a mano, que sí, que cuesta un forrón, pero conectarlo es banal en comparación con la pregunta ¿para qué?

Ahora toca jamar, meter combustible para que músculos y cerebro chisquen. Si usted no puede hacerlo, le instalan un tubo de plástico en la andorga –nutrición enteral- o le enriquecen el suero con batido de chocofrutas –nutrición parenteral-. ¡Ah, no me diga! ¿Le vendría bien una escobilla para desatascar la coronaria, quizás un porexpán que le ciegue un aneurisma cerebral, acaso una nueva cadera de titanio y más cemento que el Arco de Triunfo? Pues no se prive, que son recursos más rutinarios que extraordinarios, pero dígame ¿para qué?

Se le petrifican los pulmones a un currante del asbesto. Te largan una hamburguesa séptica y los riñones te hacen plof. El hígado de un dominguero imprudente se hace fuagrás por zamparse la seta que no era. En plena OPA hostil, al ejecutivo de película le flaquea el músculo cardíaco. La radiación de Chernóbil te deja la médula ósea como el desierto del Kalahari… Catástrofes, todas ellas, que se resuelven trasplantando el órgano fallón. El trasplante será un quebradero de cabeza (buscar donante, combatir el rechazo) y costará una pasta gansa, no lo niego, pero ya es pura rutina. Hasta que salta el dichoso ¿para qué?

Serrar un hueso, extraer el órgano churretoso y reponer otro más fresco… ¡Leches, duele! Afortunadamente, disponemos de morfina, y la usamos a paladas, sin ser nada extraordinario. Al sajar la panza, perforar los sesos o inocular quimioterapia, ¡abrimos una autopista para bacterias! Menos mal que la penicilina de Fleming ya es solo uno de muchos antibióticos. Crisis epilépticas, horribles espasmos. Ajá, pues inducimos un estado de coma, transitorio y reversible, hasta que las neuronas se aquieten.

Antibióticos, nutrición parenteral, transfusiones, prótesis, el corazón artificial, un trasplante multiórgano, quimioterapia, insulina por kilos. Nada extraordinario, son pura rutina, en espera de que el cuerpo se restablezca. Ni el coma inducido resulta extraordinario: se practica todos los días en víctimas del tráfico, del ictus o de la amable doctrina de un pacífico yihadista. Son tecnologías complejas y costosas, incluso acarrean complicaciones que al enfermo se las hacen pasar negras, pero en definitiva solo se trata de usar todas las armas disponibles, en un trance sombrío que, sin embargo, nos deja opciones de victoria. Eso sí, recuerde que aún subsiste el pesadísimo ¿para qué?

Enfoquemos ahora racionalmente el caso de Alvyn, la criatura británica que estos días abre/cierra el telediario. Un niñuco de apenas 2 años, con un desarrollo menos que precario, por culpa de una degeneración cerebral gravísima e irreversible. Meses de agonía desembocan con su cuerpecillo incrustado en un respirador. Cuando lo desconectan, inesperadamente, vuelve a respirar. Alguno pide que lo enchufen de nuevo. ¿Para qué, si respira solo?

Gente desinformada y obcecada pide esto y lo otro y lo de más allá. Pide más tecnología para que el cuerpecillo se mantenga inerte, pero con las constantes estabilizadas. Pide que al cuerpecillo descoyuntado fluyan el oxígeno y la sangre, aunque nunca prospere una mente humana. Esa gente no repara en que ‘humanidad’ significa extasiarse por una sinfonía, llorar por un poema, discutir qué es el alma, proyectar edificios, ciscarse con un helado de chocolate, compadecer al enemigo –o degustar la fría venganza-, gozar salvajemente con el triunfo deportivo; viajar, siquiera con la imaginación, aprender idiomas, cuestionar a Dios por sus desatinos.

Si un cuerpo inerte nunca podrá hacer esas cosas, ¿para qué, la tecnología? Piense usted muy bien su respuesta. Si llega a la íntima convicción de que es ‘para nada’, estará usted en el acrónimo LET: limitación del esfuerzo terapéutico. La pura constatación de que la tecnología, no siendo extraordinaria, sí puede ser fútil, dañina, hasta inhumana. En el niñuco británico, al cabo de una agonía que nunca dejaría de ser agonía, ya no había tecnología -ni en el pagano Londres ni en la santísima Roma- que evitase la respuesta ‘para nada’. No es extraordinario. Ocurrirá todos los días mientras no seamos inmortales.

15 comentarios en “La pregunta que al final decide

  1. Totalmente de acuerdo y, sin embargo, prosigue el interminable debate añadiendo si conviene insólitos flecos con tal de impedir respuestas incuestionables. Y el asunto tiene visos de ir para largo. A no ser que quien es emplazado a responder y con ganas de salirse por la tangente, fuese también el implicado (y con el cerebro capaz aunque, si no lo tenía cuando aparentemente sano…)

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    • El asunto seguirá en la picota porque atañe al núcleo de la condición humana: la certeza de que morimos. No fallecemos, no -eso lo hacen todos los animales-; nos percatamos de que el tiempo transcurre en favor de nuestra angustia.

      Sin embargo, si la salud es el escalón superior (bien que temporal, el parapeto frente al avance de la Parca), uno diría que no tiene sentido discutirle a los médicos el criterio más elemental. No a un médico, pues errare humanum est, pero sí a un grupo de médicos, colegiados en torno a sus conocimientos y experiencia. ¿Para qué elegirles en un numerus clausus brutal, para qué instarles a pruebas y más pruebas, si luego, a la hora de la verdad, haremos de nuestra capa un sayo?

      El niño Alvyn (2 años de agonía terminal, con unos padres virtualmente adolescentes) había sido desahuciado por varios profesionales en Londres -que no es Burundi-, pero alguien sugirió que en el Vaticano habría una esperanza. ¿Es más pura y sanadora el agua bendita del Vaticano? Luego ya todo fue un esperpento. El de los interesados en llevarse la fama/gloria y el desconcierto de las víctimas.

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  2. La Iglesia solía decir que ‘Medios ordinarios’, de los que no se podía prescindir sin incurrir en ‘eutanasia pasiva’, eran los sueros, y ‘medios extraordinarios’: las transfusiones, pero eso era en el cuarto trasero del problemático y febril siglo XX.
    La tecnología hoy permitiría, ante un paciente apolillado por un cáncer de pulmón, cortarle el cebollo, y mantenerlo vivo con una circulación-oxigenación extracorpórea, un hígado y un riñón artificiales o prestados; falta ver quién se deja, y quién paga. Se hizo con un cerebro de mono aislado (revista Science&Vie).

    En el ‘encarnizamiento terapéutico’, un término nada neutral, sino totalmente parcial y combativo, que prejuzga todo, es muy fácil recopilar opiniones espantadas de allegados varios que contemplan a su ser querido cubierto y traspasado por diverso material, que enseguida saltan con lo de ‘que le quiten eso, que no sufra’, sin ver que los que están sufriendo son los que contemplan el despliegue de maquinaria, y padecen la tensión que suponen horas y horas de esperar un desenlace.

    Cuando quemaban brujas y herejes, el público llano solía llevar ramas y leña a la pira, con una cierta intención de avivar el fuego, y que el proceso de muerte fuese más rápido, de acotar sufrimientos, o de ganar indulgencias, que no hay estadísticas.
    La novela de A Huxley: ‘Los diablos de Loudun’, describe como ponían una soga en el cuello de quien esperaba el encendido de la pira, para estrangularles y evitarles dolores.

    El sastre Franz Reichelt que se tiró en 1912 desde la torre Eiffel, para probar un traje con alas que había inventado, hoy eso es una realidad cotidiana: ‘Wingsuit’, abrió un agujero de varios cm con el cráneo en el suelo, pero en la autopsia vieron que había muerto de una ‘crisis cardiaca’ antes de llegar al suelo.

    ¿Alguien se molestaría en recabar las opiniones de los que estuvieron llenos de tubos, máscaras, sondas, catéteres, respiradores,…y luego se recuperaron, si sufrían mucho, o poco, o nada, si lo repetirían?

    Por supuesto esa muestra tiene sesgo, porque los que se recuperaron con los tratamientos van a estarles agradecidos, eso sí, las molestias del aparataje no varían para vivos y muertos, que no pueden opinar, pobres.
    Decidir por los demás para evitar las incomodidades propias es así como excesivo, egoísta, y cutre.

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    • Iglesia, laicos, público en general… tienden a inmiscuirse en asuntos profesionales cuando hay algo que huele a ‘política’. Sucede con frecuencia en 2 ámbitos, la Medicina y el Derecho. Sin embargo, jamás he visto discutir en un bar el módulo de resistencia del hormigón pretensado ni las propiedades termoeléctricas del cinc.

      Los recursos médicos para sostener la vida son eso, recursos MÉDICOS, y para usarlos (y enjuiciarlos en términos profesionales) se bastan los que llevan años de estudio y preparación, es decir los médicos. A ver cuándo se generaliza la idea tan simple de que para opinar de Medicina, basta matricularse en la Facultad y aprobar los exámenes y hacer las guardias y.

      Servidor opina que un médico -en tanto que PROFESIONAL- puede hablar de la vida, no de la muerte. La muerte suscita opiniones de poetas, filósofos, charlatanes, fontaneros, tertulianos, sacerdotes, incluso de médicos, pero ya son OPINIONES fuera de las exigencias y nitideces adscritas a mi profesión.

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      • Dear mr López-Vega: tengo un nº de colegiado 2828XXXXX, me interesan más las opiniones de los interesados o afectados, que las de los colegas o espectadores. Danke. Gesund +

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  3. Hombre u hombra XXL. No se trata de que nadie decida por nadie el momento de apagar la luz. Se trata, simplemente, de que el afectado, el protagonista principal del drama, PUEDA DECIDIR LO QUE DESEA EN ESAS CIRCUNSTANCIAS E, INCLUSO, PUEDA DEJAR ENCARGADO A QUIEN LE PLAZCA QUE SE CUMPLA SU DESEO SI EN EL MOMENTO DE APAGAR ÉL NO ESTUVIERA YA EN CONDICIONES DE EXPRESAR SU DESEO,NI DAR NINGUNA ORDEN. Y que tanto pedido por el afectado o transmitido por su albacea de opción, sea escrupulosamente respetado y cumplido.

    Porque resulta que si él quiere y lo comunica por si o por pariente o amigo y alguien se lo negara, este alguien o álguienes si que estarían «DECIDIENDO POR LOS DEMÁS», no se si para «evitar las incomodidades propias», o para dar valor de ley a sus obsesiones mentales, creencias esotéricas, religión fantasiosa, oscurantista, anacrónica,etc. El catálogo de «razones» que esgrimen los opuestos, son innumerables. Derecho a cuyas observancias no osaré yo negarle ni impedirle a nadie, pero que no pretenderán ellos imponerlas como forma universal de comportamientos y observancias.

    No resta más que esperar a que, llegado que fuera el caso de que los XXL´S se encontraran en tan dramática situación-que en absoluto les deseo-, y habiendo descubierto sobre su propia realidad y en su propia carne la conveniencia de apagar, no se topen con gentes intransigentes que como ellos pretenden hoy para otros, les nieguen una salida sin tormentos insufribles. Ern.

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    • La actividad médica está regulada por numerosos preceptos, entre ellos la lex artis (estado ACTUAL del conocimiento científico) y el consentimiento informado. Compete al médico informar aquilatadamente de las opciones, con sus pros y contras, y corresponde al profano aceptar o declinarlas. En circunstancias extremas -de urgencia, de privación de sentidos, etc-, existen comités de ética asistencial para tomar decisiones colegiadas (naturalmente, entre profesionales que sepan de lo que hablan). Ya está. Es bastante fácil, en el fondo.

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    • Dudoso que alguien en esas circunstancias de agonía tenga autonomía, ni tan siquiera discernimiento, y los ‘testamentos vitales’ con seguridad se leyeron o firmaron en circunstancias que no eran las de su eventual aplicación, ante ‘futuribles’, ‘elucubraciones teóricas’, o sea, fallaría también la parte ‘informado’ en el consentimiento, que como dijo el mercedario Gracián de la Madre de Dios, sobre los martirios por la Fe:
      ‘Una cosa es ver la muerte en seso, y otra tenerla a ojo’.
      Al tremebundista y anti-abertzale Ernesto, le aviso que ese comentario suele acompañarse de la amenaza, bastantes veces cumplida, de aumentar innecesariamente los sufrimientos de la víctima, ‘ensañamiento’, en este caso un enfermo terminal, negándole la analgesia que se le hubiese administrado de no estar en una lista negra de ‘oposición a la eutanasia’, sé de algún caso en que retiraron bruscamente todos los mórficos unas horas antes del desenlace, y el paciente aullaba pidiendo la muerte.
      Igual que las raíces de la ‘antibiofobia’ se pueden trazar al menos hasta el artículo del profesor Planelles: ‘The dangers of antibiotics’, desde el instituto Gamaleia de Moscú, de donde los soviéticos, no le permitieron volver a España, y me pongo perseverante, los que actúan como furiosus ante quienes se resisten a dar por buena la ‘muerte asistida’, ahí están las botellas de licor, etc, para que el implicado modifique su situación por sí mismo/a, podrían inspirarse en alguna frase de la obra de Simone de Beauvoir: ‘Una muerte dulce’, sobre los últimos días de la que la trajo al mundo, que yo diría que tuvo un GIST de gran tamaño, Simone postuló, pontificó: ‘Se reconoce a los médicos conservadores en su oposición a usar morfina para el dolor y su oposición al aborto’.
      Puede que pensasen así algunos de los médicos con los que trató Simone en aquel hospital de Francia, tierra de los francos, mala gente que provocó las iras de JJ Rousseau, que francos eran los que gobernaban en la Ginebra en la que escribió sobre ‘El contrato social’, pero a falta de encuestas de opinión, y de estudios ‘de campo’ sobre la realidad de lo que sucedía, se puede tener el comentario como producto del humano alboroto emocional ante esa penosa y larga muerte.
      Te lo digo con música: ‘No me amenaces’, y por si no lo sabías, el paso de la ‘suspicacia’, a la ‘paranoya’ está muy mediatizado por el entorno, cosas como el TEPT, también unido al ‘acoso’, ‘mobbing’, ‘escrache’,…
      ¿Qué te voy a contar? Agur. Gesund+ (Gu ta gutarrak)

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  4. Está muy bien que existan normas y preceptos a cumplir por los médicos, la información a los afectados de la situación y de los posibles tratamientos, del incierto o muy seguro final adverso al doliente. Es tranquilizador que, planteada la «solución final» por absoluta seguridad de que no hay solución plausible en el nivel actual del conocimiento médico, sea un colectivo de PROFESIONALES quien lo confirme. Es alentador que las conclusiones sobre situación las tomen PROFESIONALES según estudios y experiencias nacidos del amplio y diverso mundo de la medicina, sin injerencias incompetentes en la materia.

    Efectuado ese procedimiento profesional y por competente que sean las conclusión – siempre lo será más que las de ignaros grupos más o menos vociferantes -, será ético, responsable y respetable que una vez informado el enfermo sea él quien tenga todo el derecho de optar por lo que desee, incluido el «apagado final» en las mejores condiciones de «confortabilidad» posible, que esa si sería conveniente la condujera su médico.

    Pero no nos engañemos. Por muy verificado, ilustrado a la luz de los conocimientos y medios actuales, informado con total profesionalidad y decidido con su irrenunciable autodeterminación por el enfermo, los hechiceros y gurús de las diversas religiones esotéricas que pueblan España – y no sólo España – así como sus acriticos seguidores, no cejarán en su empeño de pretender a toda costa trasladar a la Constitución, a las leyes de Enjuiciamiento Penal y Civil, al Código Penal y si me apuran al de Justicia Militar, las normas, casi siempre absurdas cuando no ridículas, emanadas de sus incomprensibles e inverificables creencias. Algunos de estas sectas – todas lo son, con independencia del numero de sus seguidores – incluso propagan que sus dioses les han dado la libertad del «libre albedrío».

    Visto lo visto y lo que parece nos queda por ver – como siempre los pastores siguen azuzando a sus ovejas cuando avizoran que sus posiciones están próximas a la derrota – ciertos colectivos «pios» no están por dar ellos libre albedrío al atormentado terminal. Parece que así sus sectas pueden seguir torturando cuando ya no lo pueden hacer por lo «divino» como en no tan lejanas fechas históricas. Lo de quemar nuevamente en hogueras parece que no se les pone fácil, lo que no es óbice para que parezca las añoren.

    Perdón por la crudeza si así alguien lo estima: Haber tenido en las proximidades casos de crueldad extrema sin solución legal posible, quizá no me permita un cierto sosiego en la exposición. Ern.

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    • En el caso del niño Alvyn, precisamente, la Justicia británica denegó a los padres su ‘derecho’ a llevarlo a recibir un tratamiento ‘especial’ en el Vaticano.

      La justicia británica nos ha ilustrado sobre 2 asuntos bioéticos de enjundia. Uno, el principio de AUTONOMÍA, que se sustancia en el ‘consentimiento informado’ y alcanza a eso que llaman ‘últimas voluntades’. Pues bien, los padres NO son los titulares de los derechos que asisten al NIÑO, digamos que son unos INTERLOCUTORES necesarios, pero no suficientes. El niño no se encontraba en situación de autorizar/denegar, pero los jueces estimaron que sus padres tampoco actuaban con ecuanimidad.

      El segundo es el principio de JUSTICIA. Estipula que nadie sea discriminado a la hora de recibir un tratamiento EFICAZ, pero a la vez que la sociedad NO ESTÁ OBLIGADA a promover/sufragar un tratamiento ‘milagrero’. Los jueces estimaron que lo del Vaticano era una maniobra infame para hacer de Alvyn algo así como un mártir redivivo.

      Yo quiero esa clase de jueces. Quiero menos leyes -menos trampantojos leguleyos- y más gente con sentido común, para adecuar la norma a la circunstancia concreta. La de Alvyn era una muerte inminente, pero sobre todo una vida extenuada.

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  5. ¡¡¡LA ESCUELA!!!.
    Como casi en todos los desordenes sociales, mentales, legales….., llegamos siempre – tropezamos – con el principio de toda terapia conductual que armonice unos y otros: LA ESCUELA, EL INSTITUTO, LA UNIVERSIDAD……..
    Totalmente de acuerdo: los padres, aunque engendramos, cuidamos y alimentamos a nuestros hijos, NO SOMOS SUS PROPIETARIOS. De ahí que partiendo y haciendo uso de las buenas prácticas adquiridas en…..LA ESCUELA, no podemos imponer nuestras soluciones. Pero en una materia tan delicada y con tantas derivadas como la que hoy tratamos, tampoco la solución está en mayorías o minorías de masas emocionales e iletradas (y en la mayoría de los casos conducidas), sea cual fuere la forma de estas de expresarse.
    Solamente, será racional buscar, en contacto con los técnicos en la materia que son los médicos y contando con sus disponibilidades instrumentales y el racional uso de los mismos para evitar que devengan en instrumentos de agudizacion y duración de la tortura, la más razonable salida que, por serlo, será la más conveniente para el menor y para nosotros mismos si fuera el caso.
    De acuerdo asimismo en que no deberá el conjunto de los contribuyentes, derrochar tratamientos y recursos tan necesarios y casi siempre escasos para salvar vidas salvables y curar enfermedades con solución, afrontando gastos y esfuerzos inútiles solo para satisfacer las paranoias religiosas o de clan que pretendan contra toda lógica prolongar una situación terrible para el afectado y sin ninguna posibilidad de éxito vital.
    Por tanto, es exigible el DERECHO de impedir se se nos imponga soportar sufrimientos insoportables, valga la redundancia; exigir nuestro derecho a hacer «mutis por el foro» de la vida, aun sabiendo de antemano que si adoptamos la decisión de «apagar la luz», por muy humana, humanitaria y caritativa que sea nuestra decisión tanto para los menores como para nosotros mismos, siempre tendremos el anatema de los «vendedores/comisionistas» de glorias eternas al precio de cuanto mayor sufrimiento, mayor «recompensa».
    Repito lo que ya dejé dicho. NO PRETENDO MORALIZAR. Únicamente expongo mi opinión, por mucho que a los hechiceros/comisionistas les raye los ojos. Ern.

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  6. No pretendo comentar en detalle todo lo que se ha expuesto aquí, ni solamente eso, aprovecho el foro para abordar sucintamente objeciones, propuestas, postulados, de amplia circulación en la red y la calle.

    La nota de Ernesto parece más bien dineraria, identificar dinero y riqueza es una peligrosa tara de la cultura en la que nació Karl Marx. Se suele hablar, sobre los límites admisibles en gasto sanitario, de unos niveles por QALY (Quality Adjusted Life Year) ganado, de unos $70-90 mil como tope, eso dicen, pero de la praxis real no tengo ni idea; del ‘decidir por otros’ está el caso del recientemente fallecido Montes, denunciado por familiares de pacientes a los que por su cuenta aplicaba una ‘sedación terminal’; en Flandes, donde está despenalizada la eutanasia, habría cerca de 5% de casos en que el médico la aplica sin petición del paciente ni las familias, lo que haría imposibles de castigar legalmente a los que montaron, como eutanasia, las cámaras de gas nazis, esa motivación proponía una médica de AP que comentaba que en su casa tenían a Carrilo y Pasionaria por ‘diablos con cuernos y rabo’, pero que ella no pensaba lo mismo.
    Xosé X L

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    • Aunque la Medicina se ubica en el ámbito docente ‘de ciencias’, suscita ardientes debates no por los miligramos de ibuprofeno o las indicaciones de radiocirugía cerebral, sino por aquellos asuntos que se dijeran ‘humanísticos’. La homeopatía, ¿sirve o no sirve? La eutanasia, ¿debe legalizarse o no? ¿Y qué me dicen del uso terapéutico del cannabis?

      Bien, así será, pero hay una pequeña dificultad: saber de qué se habla. La Medicina es una TÉCNICA y una PROFESIÓN, lo que conlleva un lenguaje y una metodología precisos. Del coeficiente de resistencia termoeléctrica del iridio, ni Cristo opina -mucho menos, si hay un ingeniero en la sala-, pero es frecuente que cualquier indocumentado increpe al médico sobre el ‘encarnizamiento corporativo’ que no permite la eutanasia.

      Repito el término: indocumentado. Es el gran defecto del hombre contemporáneo, cuando no se percata de la complejidad de cualquier asunto, y en cualquier asunto entra a torear sin los trastos apropiados. Porque no empieza escuchando -sentando las bases-, no: empieza opinando. La consecuencia, a menudo inevitable, es hacer el ridículo. Claro está, el ridículo lo hace ante el profesional, pero los indocumentados son legión, de modo que la cara de circunstancias de aquél se desdibuja entre las risotadas del vulgo.

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