Fané y descangallada

Al principio fue el Verbo… Los editores de El Diario Montañés recaban sus visiones de España a unos cuantos plumíferos más o menos asiduos. Cuál es su momento actual y su futuro (?), desde la perspectiva profesional de cada uno. Yo, que soy médico y arrastro frecuentemente las patas por infames aeropuertos, la veo así.

24 de agosto de 2014Justicia-Espana-Euros-FDG

El ser humano es un marron glacé (dícese de una castaña cocida, pelada, con una costra de azúcar y envuelta con papel de oro/plata.) El individuo, desnudo y solo, sería la castaña. Sería el azúcar su entramado social inmediato, el que le da de comer: la familia, la tribu, el partido, la empresa. ¿Y el papel lujosillo? El papel es la nación.

La nación: hay filósofos con las neuronas achicharradas por definirla. Que si viene del latín “nacer”, que si es un grupo que se reconoce como tal -distinto al extranjero y no digamos al enemigo-, que si es una congregación que comparte lengua, mitos y proyectos. Todo eso será, pero sobre todo es una comunidad política que se dota, soberanamente, de instituciones, leyes y convenios. Ejemplo, la nación española. La nación configurada bajo su paraguas constitucional, incluidas las reglas para cambiar el mango o las varillas. La nación cuyas fronteras respetan las demás, mientras guerras o tratados no las tracen por otro sitio.

Servidor pertenece a la nación española y viaja por el mundo con alguna frecuencia y así ha llegado a verla: de entrada, incapaz de atajar las dolencias que ella misma se diagnostica. La educación es mala, cierto, pero ¿qué más da, si el niño aprueba? Falta el agua, sí, pero no me venga con moderneces: ¡trasvases, no; desaladoras, tampoco! Nos asfixia una factura monstruosa por fuentes energéticas que no poseemos, pero los molinos de viento afean la cordillera y las placas solares son caras y feas. Dicen que hay petróleo en Canarias, pero en vez de extraerlo, no vaya a ser que se manche la playa, por Dios santo, mejor les enviamos a los canarios un subsidio.

La veo postrada y genuflexa ante los prestamistas y la Unión Europea, que en los momentos clave ni es unión, ni es europea. Una arquitectura incomprensible, de troikas y presidentes de turno que se quitan la palabra para no decir nada o contradecir al mismísimo sentido común. Una fuente de directivas que, por alguna misteriosa razón, solo funcionan cuando te hacen empeorar. Prohibiciones, las que se te ocurran y algunas más; del salario mínimo y la jornada laboral nunca toca hablar.

La veo inerme contra chorizos e irresponsables. Un ladronzuelo de medio pelo, que eso es lo que ha demostrado ser el señor Pujol, con su estirpe de pringados venidos a más, gobernó a su antojo con la falsa vitola de “gran estadista”. Y el tipo en verdad lo parecía, hay que joderse, lo cual nos habla de la terrible mediocridad que lo circundaba. ¿Cómo es posible que le hayamos reído las gracias durante más de 20 años, a ese Adenauer falsario, a esa ardilla choriza que atesoraba dinero en vez de avellanas? Simplemente porque carecemos de fibra moral, y no van a venir los jueces Alaya y Ruz a meternos en cintura por el dudoso método de inculpar a 97.000 presuntos.

Lo último es la grosera afrenta independentista, la exasperación del más rancio tribalismo, al rebufo soez de nuestra debilidad financiera y moral. Si antaño la deslealtad y la traición merecían durísimo reproche, ahora se practican con cínica naturalidad y, lo peor, sin consecuencias. El traidor se cisca en todo principio, abdica de toda convicción y vergüenza… y no le pasa nada.

Alboreaba el siglo XX en Guatemala con el dictador Manuel Estrada Cabrera. Una noche se le presentó un fulano diciendo: “Señor, participo en una conjura de 8 traidores para matarlo, pero mi conciencia me obliga a denunciarles”. El baranda, con profundo desprecio, ordenó que le dieran 50 latigazos porque “usted ha sido el último; sepa que sus 7 cómplices ya estuvieron aquí”. Entre nosotros, el traidor nunca recibe su dosis. Lo hacemos preboste, gerente, eurodiputado o senador, y los latigazos quedan para subsaharianos y mileuristas.

Con esta atmósfera de ética maloliente, ¿dónde queda la sanidad pública? Pues en un lugar precario, porque nuestro sistema es un encaje de bolillos en el que todos debemos/queremos participar, pero el término “todos” se hace muy cuesta arriba de aceptar en un país donde cada uno empieza a ir a lo suyo. Las empresas, con el sarpullido crónico que les causan los salarios y las cotizaciones, andan buscando que se nos quede cartera de chinos (la cara no es fácil de modificar). A su vera, sujetos de rostro pujoliano se olvidan de la minucia de pagar impuestos. La cuenta sale fácil: no hay forma de pagar el cotarro y el cotarro va languideciendo, con más de uno esperanzado en que su seguro privado le financiará el trasplante de hígado o lo último de lo último en cáncer, si tercia la desgracia.

Para entender la verdadera implicación de lo público y lo privado no hace falta ni siquiera llegar a la sanidad. Basta mirar las cuotas del club con piscina, si uno es de nadar, o con pistas de tenis, si uno es de dar pelotazos. Lo mismo sucederá con una sanidad pública desarbolada y unos cuidados médicos estrictamente privados: no los tendrás muy a tiro, especialmente si te pones malo.

2 comentarios en “Fané y descangallada

  1. Pues todo eso y más (con Mas), al tiempo que nos atormentamos el cerebro pensando cuál es la legalidad ilegal sobre la que deberemos argumentar en cualquier tertulia. Y aquí seguimos, con lo de tonto de capirote el último; el que no se entere de que si no andas vivo y robas un poquillo de aquí y de allá, lo que te quede limpio y declarado ya se encargarán los ladrones de verdad de esquilmártelo. Pero nada de analizar la coyuntura aportando la parte alicuota de responsabilidad, así que seguiremos pagando, porque queda bien, los cambios de sexo o los ovocitos de las lesbianas, auque el que tenga una hepatitis C y no disponga de 80.000 euros, lo va a tener más que crudo.

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  2. Uno de los rasgos más inexplicables de la sociedad dizque democrática es la propensión a ciscarse en lo público, por la vía del abuso, el vandalismo o el puro desprecio… y enaltecer lo privado, siendo así que el 90% de la gente, como es lógico, no podría costearse gran cosa al margen del paraguas colectivo. Te sientas en la sala de espera de urgencias, un día cualquiera, y oyes los comentarios de los acompañantes de los más de 300 demandantes de asistencia y te echas a temblar: «que si mejor hubiéramos ido a una privada», «que si para esto mejor no cotizar», «que si son una panda de vagos a los que les han dado el título en una tómbola»…

    Alguno entra en la consulta, ofuscado, EXIGIÉNDOTE que hagas lo que él desee, todo, cualquier cosa, un volante, un informe, una prueba diagnóstica, un tratamiento, lo que sea… porque él paga. En ocasiones sabes perfectamente lo que paga, porque sabes a cuánto asciende su salario, y debes reprimir una sonrisa irónica o una mueca de conmiseración, y poner un careto de escéptica circunspección.

    Claro que, en el hervor de la sangre, cuando el tipo vocea que se marcha a suscribir una póliza privada, me confieso incapaz de reprimir una carcajada. Entonces, él, desde la magnificencia de su metro sesenta, me amenaza con darme una hostia. ¿Qué hago yo? La respuesta apropiada, sin ninguna duda, la dejo en el campo de la imaginación; de puertas afuera me conduzco con exquisito ánimo apagafuegos. Todavía.

    La cuestión es que nadie se reconoce en el 90% de la puta base. Todos CREEMOS, especialmente después de tomarnos 3 cervezas, que pertenecemos por derecho al 10% de los privilegiados. Y se nos hace jodido admitir que, siendo de natural selecto, tengamos que contribuir al soporte de los menesterosos. Que siempre, aunque no lo parezca, son los demás.

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