Jeff Bridges y tú, mi hijo

Domingo, 8 de febrero de 2017

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Tu nombre se decidió en el cine Mónaco, ya cadáver. Mamá y yo empezábamos de novios, en el Bachillerato Unificado Polivalente, que no es un hueso de dinosaurio, aunque suena parecido. Estrenaban “Novecento”, una película sobre las tensiones políticas del siglo XX. Quiso el guionista que la primera noche del siglo nacieran dos niños en una hacienda italiana. Arriba, entre algodones blanquísimos, Alfredo venía a perpetuar la estirpe de su abuelo, el señorón. Abajo, de la mugre del establo, emergía el enésimo nieto de un criado que lo bautiza Olmo: “Como el árbol grande; Olmo Dalcò, campesino”. No te cuento el resto, pero las cosas sucedían de tal guisa que los novios decidimos, si algún día teníamos un hijo, llamarlo Olmo.

Asomaste el pescuezo hace exactamente 26 años, como eres hoy (o eso pareces en casa), más mirador que hablador. Te veo entonces, y sigo viendo los biberones/potitos, y los primeros dientes, y el estirón, y la operación del dedo en resorte, y tus discos -¡joder, que compusieses y tocases aquello era estupefaciente!-, y veo tus últimos estudios, en Madrid… y todo me lleva a proclamar con firme convicción que es imposible (fíjate bien: im-po-si-ble, in-ve-ro-sí-mil, ab-sur-do) que hayan transcurrido 26 años.

Si viviésemos en una verdadera democracia, algún funcionario debería rendir cuentas de un cómputo tan falso y chorizo. No puedo admitir, bajo ningún concepto, que haya 26 años de intervalo entre tu nacimiento y este domingo incierto, que se debate entre un solecito andalusí y una rasca siberiana. No puede ser, algo falla en el reloj del cosmos.

Sé que te gusta “El gran Lebowsky”, esa genialidad de los hermanos Coen donde Jeff Bridges borda un personaje inefable. Traducen su apodo, “The Dude”, por “El Nota”, y puede que acierten.  “El Nota” es una reliquia del meteorito primigenio, un superviviente del desastre, un heraldo del caos. Incapaz de valerse no ya por sí mismo, sino por cuatro batallones del Ejército de Salvación, pero un tipo entrañable.

Pues bien, llegué pensar (mamá es testigo) que ibas por la senda de “El Nota”. Te veía inconstante, mudable, como suspendido en un éter bohemio, surfeando olas bajo alisios notoides. Le decía yo a mamá que tú acababas de churrupita, sembrando un desconcierto neorrealista, ayudando/ocupando a las monjas en una parroquia de inadaptados sociales. Hasta el segundo disco, claro: entonces me di cuenta de que yo y mis cosas quedábamos a ras de suelo, lejísimos, en una remota nada, en la irrelevancia de un tiempo que se desvanece, liviano e insulso.

Sale Jeff Bridges en otra película reciente. Su título original, “Hell or High water”, alude al dilema de transitar por lo despejado o tirar por lo espinoso, cosa difícil de expresar que han traducido por “Comanchería”. Como fuere, Jeff Bridges es el sabueso, la fuerza pura del orden, a la caza de dos atracadores de bancos, y quiere que uno de los delincuentes le explique: “¿Por qué?”

Y el otro le habla de la pobreza. Es como una infección –le dice-, una infección que se contagia de abuelos a padres y gangrena a los hijos. Y Bridges no puede aceptarlo, claro, pero el otro ha extirpado el absceso y sus hijos ya no sentirán esa fiebre. Salvando las distancias, desde tu segundo disco yo llevo dentro el mismo fuego. Que mi trabajo sirva para que tú vivas otra vida, esa que yo no entiendo bien, pero que me consta que es vida y está viva.

Ahora te vas a Australia. Pasas el dedo por el mapamundi y te sale callo de tanto recorrer hasta Perth, en Australia, nada menos. Ya, ya sé que los aviones han acortado considerablemente el tiempo de travesía, pero ¡qué quieres! Alguna lagrimilla sí que he soltado, y no digamos las que espero de mamá. Sin embargo, por si no te lo he dicho antes, abrigo en mi fuero íntimo una aleación de orgullo y envidia.

Orgullo, porque das portazo deliberado a un país que, si no es mediocre, se comporta como tal. Porque te brilla en el fondo de los sesos la veta sindicalista de tu abuelo, que es cabezón como él solo y lo enchironaron por cabezón, y a mucha honra. Porque los cabezones no tragáis con salarios de 400 euros, con suerte.

Envidia, porque lo mío fue fácil: con una gruesa memoria antibalas, la selectividad y la carrera y el MIR los pasé con la gorra. Pero caí en una espiral de conveniencias; que si la plaza, que si la hipoteca, que si la inercia, que si el dinero, que si la madre que los trajo. Y no me fui cuando debía, a ver qué se cuece por ahí fuera. Ahora tú, Olmo, cuando ya no me asedian las miasmas de la pobreza, tienes otro horizonte que los Dalcò. ¡Olmo López, músico australiano! Más adelante, si eso, te cuento lo que tengo pensado para mis nietos.

15 comentarios en “Jeff Bridges y tú, mi hijo

  1. Muy sincero y emotivo, doctor. Cuánto cariño en sus palabras, cuánta comprensión, cuánto amor de padre. Estoy seguro que Olmo tiene que sentirse orgulloso de este lazo que no se rompe a pesar de la distancia que permanece inalterable. Le felicito desde lo más profundo de mi corazón. Buen domingo, amigo.

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  2. En mi humilde (a veces menos) opinión, has escrito un texto literario que traduce a la vez la sincera emoción. Me ha gustado mucho y echo de menos saber la respuesta de tu hijo perov no sólo a través de sus palabras; verle los ojos cuando te mire…

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    • El redactor jefe del periódico donde suelo escribir no comparte tan magnánimo juicio. A Olmo sí le gustó y lo ha ratificado en un par de ideas. Una, la menos honda, es que Australia puede encerrar su futuro. En la otra no me explayo (a la vida no conviene ponerle violines).

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  3. Es acertada la decisión y sobre todo digna, cuando indigno es el trato que reciben muchos jóvenes preparados, con evidente potencial , en España. La cosa empeora si la virtud o gracia del joven, va por un camino relacionado con el arte , donde el desprecio es descomunal y vergonzoso, tanto oficial como popularmente. Tómese la decisión como una eficaz vacuna contra la mediocridad, que yo sí estoy convencido , nos invade e infecta. Olmo, te esperamos en una gira por aquí, con tus éxitos futuros.

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  4. He leído este texto antes de ir al examen de esta mañana, sabía que me iba a poner de buen humor; así ha sido.
    Es curioso porque los días que estuve de prácticas me llamó la atención el aprecio que tiene a sus hijos, hacía algún comentario bromista sobre ellos para que no se «exagerara» lo mucho que les quiere.
    Supongo que me fijo en eso porque en mi familia no somos de decirnos cosas bonitas, me ruborizo tremendamente al decirlas por si la despedida resulta más traumática de lo que es. Y eso que somos bastante independientes y estamos genial «a nuestra bola». Algún día pasará que me arrepentiré de no haberlas dicho.
    Las despedidas. Alguna vez he pensado escribir sobre ello, aunque no soy mucho de escribir. Es un tema que me inquieta.
    Su hijo debe de estar muy orgulloso y espero que le vaya muy bien.
    Un saludo.

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    • Un gran novelista americano, Raymond Chandler, atribuye su título «El largo adiós» a la idea contenida en un lema francés: «Decir adiós es morir un poco». Quizá por eso sea tan difícil, o quizá es que albergamos la esperanza de que ya habrá tiempo, más adelante. Una postergación de los afectos, acaso por el temor atávico a desnudarse en exceso y caer en el ridículo, tal vez por la insensata certeza de que mañana (mañana, sí) podremos hacer lo que hoy no tuvo lugar.

      Uno tiene la impresión de que el mundo presume de caminar hacia la libertad. Presume de ello, pero no es cierto. A lo mejor sucede en los ámbitos externos -la libertad como un rasgo social-, pero dudo que sea verdad en el terreno íntimo. Ahí somos tan esclavos de la vergüenza como el primer día que un australopiteco se arrimó a una pitecántropa.

      ¡Que vaya bien el examen! (No pondré nada de la suerte porque temo que esa dama no pasa de ectoplasma.)

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      • Desde luego, por suerte o por desgracia me parece a mí que aprobar aquí es directamente proporcional al número e horas provechosas en las que el trasero esté pegado a la silla…
        Muchas gracias.
        Muy interesante eso que me ha contestado.
        Un saludo.

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    • Creo que todos, en el fondo, sentimos algo parecido. Afortunadamente, sin embargo, la vida no nos pone a todos en la tesitura/necesidad de expresarlo.

      El fenómeno de la emigración no es obviamente nuevo (¡que se lo digan a gallegos y a andaluces!) Lo nuevo es que ahora emigra gente no solo sin trabajo, sino muy bien preparada para desarrollar tareas que se dirían «de alto nivel». Y no emigran buscando mejor horizonte (mejor salario, más promoción), sino simplemente UN lugar, UN quehacer, UN sitio donde ubicarse.

      No sé otras regiones, pero Cantabria es un desastre andante. Nadie lo dice, pero es una entidad simplemente inviable. Una estructura administrativo-política-institucional lastrada por una deuda y unos gastos sociales que NO podemos financiar; porque debajo NO hay actividad económica suficiente. Y la población ¡está en descenso! El resultado es obvio: la bancarrota. El único consuelo es que, al haber menos población, habrá menos afectados por la bancarrota. Será como el desierto del Sahara, pero más verde.

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  5. Aún recuerdo aquellos recreos en BUP en los que acostumbrabas a ejercer de anfitrión musical, que no de «pinchadiscos», permitiéndonos descubrir otras músicas no comerciales y autenticamente protesta.Gracias por todos ellos,

    Seguro que vuestro hijo hereda algo de tu gusto por la música y las letras; que unidos a la alegría y espontaneidad de mama…..

    Mi abuelo fue emigrante interior (y como tu padre «cabezota»), la mitad de sus hijos , al igual que la mitad de mi familia (U.S., Alemania, Francia, Inglaterra, por suerte y a pesar de que las razones para irse son las mismas, los tiempos no, y ahora saben que si regresan mantienen el apoyo familiar, lo malo es que somos tan imbéciles como pais, que nos gastamos el dinero en formar a los jóvenes y luego se los regalamos al mejor postor. !QUE PENA!.

    Un fuerte abrazo y enhorabuena.

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    • Gracias, Rosa.

      Con una bola de cristal que no estuviera deslustrada, podríamos escrutar tan ricamente el futuro. Por suerte -no olvidemos que podríamos escrutar nuestra propia muerte-, esa bola no existe. (Le pasa como a la lámpara; por más que frotas, no sale el genio a concederte deseos.)

      De modo que a ver quién es el majo que predice lo que va a suceder, a él, a su familia, al país o al sultán de Persia. ¿Qué será de España? No lo sé. Temo que esto no es un bache transitorio, sino un hoyo muy profundo, porque hasta ahora íbamos capeando -anárquicos y tal-, pero ahora la brecha se va agrandando, y los herejes se alejan, con ese ritmo brutal que les otorga su calvinismo.

      Ellos innovan, invierten, hierven. Nosotros seguimos en nuestras trece, a que nos quiten lo bailao, al qué hay de lo mío. Algo me dice que ellos aciertan…

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  6. Ya me gustaba el nombre, siempre me ha sugerido personalidad y grandeza sin petulancia. Baraje ese nombre cuando me quede embarazada y desconocía el sexo del bebe, pero la niña acabó llamando Marta 😊.

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    • Creo yo que antaño se le otorgaba menos trascendencia al nombre del bebé. Yo soy José Manuel porque mi padre es José y su hermano es Manuel. La inmensa mayoría éramos Carlos, o Miguel, o María de las Nieves, o lo que fuera, sin mucho rebuscamiento, por tradición familiar, por costumbre o por el santoral. Más aún, con mucha frecuencia el nombre quedaba olvidado por el alias, de modo que Teodoro sería toda la vida Teo, Antonio sería Toño y Mercedes sería Merche. Hasta la esquela.

      Había algún Víctor y alguna Leticia (de hecho, estoy casi seguro de que así llamaron a la hija mayor de Félix Rodríguez de la Fuente), pero creo que por pura eufonía, no por atribuirle al vástago virtudes o méritos congénitos. Víctor sonaría bien, pero no aludía al carácter indomable del chaval, igual que las Alejandras no parecían descendientes del zar de Rusia. Los anarquistas ponían nombres como Libertad o Floreal, pero digo yo que no aludían al recién nacido per se, sino a las categorías paternas.

      Ahora hay muchos nombres con reminiscencias célticas, o euskéricas, o heroicas, o vindicativas de un pasado remoto, o yo qué sé. Muchos, qué quieres que te diga, me suenan cursis y temo que pasen de moda enseguida, dejando al niño un regusto demasiado ‘vintage’. (Hubo muchas Davinias por el personaje de una serie de TV, de la que ya no se acuerda ni Blas.) En fin, allá cada cual. A mi juicio, el único requisito es que el nombre sea corto: una o dos sílabas, nada más. Al-mu-de-na, Fe-de-ri-co, Ma-rí-a-de-los-Án-ge-les, Can-de-la-ria, Fran-cis-co-Mi-guel… ¡Qué pereza! Menos mal que existen los apodos.

      Marta es fetén. La hermana de Olmo iba para Alba, pero se quedó con Sandra. Dos sílabas.

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